Guillermo Miller |
Al
abrir nuevos grupos e iglesias en diferentes lugares, he estado en
tiempos recientes, teniendo que contactar diferentes iglesias y pastores
de otras denominaciones. Algunas congregaciones me llamaron la
atención, como por ejemplo, las Unitarias Universalistas, originalmente
dos iglesias diferentes que se unieron a mediados del S. XX para buscar
paliar la crisis por la que estaban pasando. Su origen unitario lo hacen
partir de Arrio quien negó la divinidad de Jesús, y de Miguel Servet,
el primer mártir unitario según ellos, que murió quemado en la hoguera
bajo la Reforma en Ginebra. Su origen universalista los liga a la
convicción de que, si Dios es amor, entonces no puede estar castigando
cruel y eternamente a la gente en el infierno. Por consiguiente, en el
fin de los tiempos, la salvación será universal sin ninguno que se
pierda. En la actualidad aceptan en su congregación no sólo cristianos
sino también no cristianos, ya que esa es la única manera de justificar
el término universalista. Son grandes defensores de los derechos del
hombre y de la libertad de conciencia, ya que aceptan en su congregación
a lesbianas, homosexuales y gente con todo tipo de conducta sexual
extravagante.
A
pesar de que lo que primero que quisieron saber de los adventistas para
compartir su iglesia era nuestra posición con respecto a la libertad
religiosa, no se pudo concretar nada con ellos. [De paso, se opusieron
fenomenalmente a la elección de Alito, el abogado católico, como jefe
supremo de justicia como el mayor peligro de la libertad religiosa para
este país]. El edificio que tenían no era suficientemente amplio como
para albergar dos iglesias.
Otra
iglesia con la que tuve que entrar en contacto fue la Iglesia
Internacional. Al parecer, se trata de una rama de la Iglesia de los
Nazarenos (hay otra que proviene de la Iglesia de Dios pentecostal).
Como quiera que sea, es una iglesia reciente y no muy extendida aún,
localizada en Clinton, NC. Cuando el pastor me preguntó cuánto estábamos
dispuestos a pagar, le respondí que lo que ellos pidieran. Le hice
recordar, sin embargo, que los hispanos son gente pobre, y que estaban
haciendo la obra que hace un siglo y medio les obligaban a hacer a ellos
[es una iglesia de color]. Se compadecieron y decidieron no cobrarnos
nada, ni siquiera la luz ni el agua. Tienen una iglesita pequeña en
Clinton, al lado de otra más grande, y nos estamos reuniendo allí
alrededor de 30 y 40 personas desde hace dos años (se duplicó en
relación con su origen).
En
otros lugares intenté alquilar iglesias bautistas—las más cerradas
contra tales pedidos nuestros. En una de ellas, un pastor negro me dijo,
en tono cortante y desafiante, justo antes de pasar a predicar: “Sir,
we are Christians”. Me hice el tonto y le agradecí por la información.
Casi me saca a las trompadas, sin duda como inspiración adicional a los
berrinches que iba a soltar en el púlpito, según el estilo de muchos de
ellos al predicar. Con todo, una iglesia bautista de morenos aceptó en
New Port darnos gratis un cuarto para reunirnos los sábados de mañana.
En
Wilson nos estamos reuniendo desde hace dos años y medio unas 20 a 30
personas en la Iglesia Metodista Unida. Esa iglesia parece ser la más
fuerte en esta zona, junto con la bautista. Nos facilitó el hecho de que
los adventistas norteamericanos blancos de esa ciudad la estuvieron
alquilando por varios años, y nosotros entramos allí luego que se
mudaron a la que se construyeron ellos. Muy abierto ese pastor, me dijo
desde el principio que le dijésemos en qué podían servirnos mejor. Pero
no me fue tan bien en Mount Olive con otra Iglesia Metodista Unida. El
pastor, uno gordo que apenas puede caminar, hablaba algo de alemán—un
alemán tan malo como mi alemán, pero lo suficiente como para acercarnos
más y hacer cierta amistad. Quiso saber si teníamos algo que ver con los
Testigos de Jehová… Ni así nos rentaron la iglesia.
Finalmente
probamos en una Iglesia Cristiana Adventista. Pedí una entrevista con
el pastor y, supe de su parte, que ya habíamos pedido un año antes, y
que se nos había rechazado el pedido (pienso que el pedido habrá venido
de una iglesia que opera la otra Conferencia). Me preguntó si éramos
cristianos. Le dije que sí, y le sinteticé nuestras creencias básicas.
También le hice ver que proveníamos del mismo tronco, del movimiento
millerita que experimentó el chasco de 1844. “De ese chasco provinieron
tres o cuatro movimientos con diferentes ramificaciones. De ellos
subsisten el movimiento de Uds. y el de nosotros…”
2. El gran despertar adventista
El
movimiento adventista millerita que desembocó en el Gran Chasco de 1844
tuvo algunas características fundamentales que no podrían faltar en los
que pretendiesen más tarde ser sus herederos. Por ejemplo, los
Unitarios Universalistas no pueden vincularse con Guillermo Miller ni
con los que pasaron por ese chasco, razón por la cual buscan en la
historia otros hitos que los identifiquen, según vimos más arriba. Los
metodistas tienen su origen en Juan y Carlos Wesley. Los luteranos en
Martín Lutero…, etc. Aún si se tratase de un movimiento que salió de ese
chasco y terminó creyendo otra cosa, tampoco puede ese movimiento
identificarse con la experiencia vivida entonces. Los protestantes no se
identifican, por ejemplo, con la Iglesia Católica por el hecho de haber
salido, históricamente, de ella (a menos que renuncien a la experiencia
de Lutero y regresen al lugar de partida). Así tampoco podría ningún
movimiento que renunciase a las ponencias básicas de los milleritas
considerarse sus sucesores.
Tampoco
puede mirarse al movimiento millerita como un accidente aislado. Hubo
toda una época que se gestó simultáneamente en todos los continentes que
se conoce como el gran despertar adventista. Ese gran despertar se
produjo por varias señales definidas que convencieron a muchos de que
habían llegado los tiempos anunciados por el Señor y sus profetas—en
especial Daniel y Juan—acerca del “tiempo del fin”. En primer lugar el
gran terremoto de Lisboa el 1 de Noviembre de 1755, luego el
oscurecimiento del sol el 19 de mayo de 1780, y finalmente la caída
excepcional de meteoros del 13 de noviembre de 1833. Jesús había dicho: “Cuando
estas cosas empiecen a suceder, cobrad ánimo, y levantad vuestra
cabeza, porque vuestra redención está cerca” (Luc 21:28).
Estas
señales habían sido dadas por el Señor en sucesión de la gran
tribulación medieval que debió ser acortada por amor a los escogidos
(Mat 24:22,29). Conforme a las predicciones de Daniel y Juan en el
Apocalipsis, ese tiempo de tribulación debía expirar en 1798. Los que
vivieron en esa época fueron testigos de cómo se produjo una nueva era
con la Revolución Francesa, que terminó quebrantando la “autoridad” del
papado romano, el anticristo anunciado por las profecías apocalípticas.
¡Sí, los “historicistas” de fines del S. XVIII y primera mitad del S.
XIX las tenían bien claras! Vieron el cumplimiento definido de los 1260
días-años, 1290 días-años, y 1335 días-años. ¡Todo cuadraba a la
perfección! ¡Había llegado, por fin, la época en que vendría el Señor!
¿Moriría esa convicción sin dejar herederos?
Guillermo
Miller incorporó a esa efervescencia adventista universal la profecía
de los 2300 días-años de Dan 8:14. No fue el único, ya que en Europa
llegaron otros a conclusiones equivalentes y mediante estudios
independientes, pero sin la trascendencia que ganó su comprensión en el
Nuevo Mundo. El hecho de contar con las otras profecías fechadas como
hechos históricos ya cumplidos, trajo mayor seguridad y convicción a la
hora de predecir lo que iba a ocurrir con esa última fecha. A esto se
sumó el cumplimiento notable del período profético enmarcado por la
sexta trompeta que, según los cálculos de Josiah Litch, debían concluir
en 1840. ¿Quién podía negar que tres o cuatro años después iba a
cumplirse la última profecía fechada que quedaba por delante, y nada
menos que con algo tan serio como la Segunda Venida de Cristo?
3. En busca de identidad
Los
milleritas no pensaron formar una iglesia aparte. Su movimiento tenía
como objetivo preparar al mundo cristiano de sus días para la venida
inminente del Señor. El movimiento debía ser, por consiguiente,
interdenominacional. Pero cuando fueron expulsados de las iglesias
cristianas poco antes de la fecha esperada, dieron el llamado más
definido a salir de Babilonia, en referencia a las iglesias que se
habían negado a recibir el mensaje final que Dios les estaba mandando.
Sobrevino
entonces el Gran Chasco del 22 de octubre de 1844, en el que entre 100 y
150.000 personas estuvieron mirando hacia el cielo, durante todo el
día, esperando la venida del Señor. ¿En qué irían a parar todas estas
creencias tan definidas con respecto a las señales de la venida del
Señor y sus marcos proféticos fechados ya cumplidos? ¿Perderían los
herederos de tan extraordinario movimiento, interés en la historia como
terreno fértil para afirmar los monolitos proféticos? ¿Debían renunciar a
esa historia gloriosa y profundamente bíblica que precedió al chasco, y
volver a las iglesias que los habían expulsado y a las que habían
denunciado por su apatía al mensaje dado, como siendo Babilonia?
Unos
tres lustros les llevó a los adventistas milleritas salir del caos que
produjo entre ellos el chasco, y definir sus posiciones en referencia a
la experiencia que habían vivido. En su búsqueda de identidad, debían
encontrar una respuesta al único evento aparentemente no cumplido, y al
mismo tiempo mantener algo que los siguiese vinculando al movimiento al
que se habían integrado. ¿Qué era lo que podían retener de las creencias
milleritas? ¿Qué debían descartar? Si un movimiento de la envergadura
del que produjo Guillermo Miller, había sido dirigido por Dios, entonces
había que mantenerlo y corregir el error de interpretación que se había
dado.
Grupos surgidos del chasco de 1844
El
grupo post-chasco más prominente en sus comienzos, terminó
organizándose en 1860 como la Iglesia Cristiana Adventista. Los que la
formaron llegaron a la conclusión de que el evento que debía esperarse,
de acuerdo a lo anunciado por los milleritas en su comprensión de la
profecía de Dan 8:14, era correcto. La tierra debía ser purificada por
fuego al volver Jesús a buscar a su pueblo. La interpretación de la
fecha, sin embargo, fue descartada como errónea. Siguieron creyendo que
el fin estaba cerca, y que debían seguir preparándose para la venida
inminente del Señor.
Fue
una lástima que esa iglesia abandonase todo esfuerzo por interpretar la
fecha indicada. Al dejar sin interpretar, sin solución, el factor
tiempo preciso mencionado en el pasaje clave que suscitó al movimiento
millerita, dejaban una grieta abierta por la que se iban a meter otros
para buscar nuevas fechas de cumplimiento. Esto iba a traer aparejado
nuevos chascos, aunque menores y más estériles, por no cumplirse las
expectativas anticipadas. Si pensamos tener un mensaje para el mundo,
tengamos cuidado de no dejar de lado uno de sus puntos vitales, porque
por allí se pueden meter otros que terminen socavando nuestra fe.
Un
tercer grupo de gente terminó creyendo que tanto el evento—la Segunda
Venida—como el tiempo—1844—eran correctos. Cristo habría, en verdad,
regresado a la tierra el 22 de octubre, conforme había sido anunciado,
pero su venida habría sido espiritual, no literal. Al espiritualizar de
esa manera las profecías apocalípticas, se alejarían más rápido del
historicismo que caracterizó al gran despertar adventista, para caer en
todo tipo de fanatismo. Una derivación de esta tendencia
espiritualizadora de la Segunda Venida, combinada con la búsqueda de
nuevas fechas, se dio hacia fines del S. XIX en Charles Taze Russell, el fundador de la Torre del Vigía, que más tarde pasó a constituir la base de los Testigos de Jehová.
Russell se asoció con algunos ex-milleritas y siguió proponiendo otras
fechas que después interpretó como cumplidas con la “presencia” de
Cristo, una práctica que sus seguidores no iban a dejar de seguir hasta
que les falló la casi última fecha que propusieron para el fin del orden
actual en 1976.
El
cuarto grupo post-chasco significativo fue el que, en sus comienzos,
era el más pequeño y el que, a simple vista, parecía ser el menos
promisorio. Es el que para 1863 pasó a organizarse como Iglesia y
denominarse Adventistas del Séptimo Día. Ellos re-examinaron el
fundamento ofrecido y llegaron a la siguiente conclusión. La fecha
estaba correcta, pero el evento esperado era el equivocado. El santuario
que debía ser purificado no era la tierra ni por el fuego de la venida
del Señor, sino el del cielo y por la sangre del Cordero. En verdad,
esta era una de las dos posibilidades que Guillermo Miller había dado al
pasaje de Dan 8:14, pero la convicción de que el Señor venía ya era tan
grande, que esa posibilidad basada en la Epístola a los Hebreos fue
dejada de lado.
4. La única interpretación que llegaría al destino esperado
Mientras
preparo esta síntesis acerca de nuestra herencia profética, Shawn
Boonstra, el joven nuevo orador de It is Written, está dando una serie
de conferencias públicas en Phoenix, Arizona. Esas conferencias están
siendo emitidas por TV y difundidas por cientos de iglesias en USA,
inclusive por algunas iglesias bautistas. Cuando conversé con él en el
Congreso de la Asociación General en San Luis, Missouri, le mencioné que
me había parecido ver que su enfoque evangelístico buscaba otra
temática que la profética. Lo admitió. Ahora que está asumiendo más
definidamente todo el peso de la tarea evangelística desde It is
Written, se ve que está dando más definidamente sus credenciales de
adventista. Me gusta su personalidad, joven, pero definida cuando habla.
No se le ven los gestos estereotipados y amanerados de otros
evangelistas jóvenes electrónicos que aparecen en otras congregaciones
religiosas. Aunque no lo dijo, quedaba claro que se estaba identificando
definidamente con la fe que heredó nuestra iglesia del movimiento del
gran chasco. ¿En qué consistió esa fe?
El
23 de octubre de 1844, Hiram Edson cruzaba un campo de maíz para
reunirse en oración con otros desconsolados adventistas, buscando una
respuesta al chasco que habían experimentado el día anterior. De repente
le pareció ver el cielo abierto, y a Jesús pasar del Lugar Santo al
Lugar Santísimo del templo celestial. Elena Hartmon [posteriormente de
White], tuvo otra visión más extensa del pueblo adventista antes de
concluir ese año, y en donde se le mostraba cómo sobreviría ese pueblo
hasta su consumación en la Segunda Venida de Cristo. Ella fue llamada
por Dios entonces, como su mensajera al remanente que debía juntarse, en
primer lugar, de entre todos los que pasaron por el chasco.
No
puede pasarse por alto la característica fundamental que se le dio a
Elena en esa visión con respecto a la única interpretación del chasco
que soportaría el paso del tiempo. Esa joven adolescente tuvo que entrar
de lleno en la batalla ya desde tan joven, como se ve en las palabras
con las que introdujo su visión poco más tarde: “He
procurado traer un buen informe y algunos racimos de Canaán, por lo cual
muchos quisieran apedrearme… Pero os declaro, hermanos y hermanas en el
Señor, que es una buena tierra, y bien podemos subir y tomar posesión
de ella” (PE, 14).
En
esa primera visión, Elena Hartmon vio al pueblo adventista que caminaba
sobre un sendero recto y angosto, muy por encima del mundo, con Jesús
guiándolo delante en camino a la ciudad celestial que se veía en el otro
extremo. “En el comienzo del sendero, detrás de los que ya andaban, había una brillante luz que, según me dijo un ángel, era el ‘clamor de medianoche’. Esta luz brillaba a todo lo largo del sendero, y alumbraba los pies de los caminantes para que no tropezaran” (PE, 14).
¿En
qué consistió el “clamor de medianoche” (Mat 25:6)? En el anuncio de la
Segunda Venida de Cristo para el 22 de octubre de 1844, en conexión con
el solemne mensaje del segundo ángel (Apoc 14:8), que comenzó a
predicarse en el verano de 1844. Los que se estaban durmiendo porque su
Señor no vino en 1843 ni en la primavera de 1844, se despertaron ante
“el clamor de media noche” que provino cuando se descubrió que la fecha
correcta del cumplimiento de Dan 8:14 correspondía al otoño de 1844.
Siendo que la profecía que anunciaba la muerte del Hijo de Dios había
caído en la Pascua (primavera), y ese evento tuvo lugar “a la mitad de
la semana” (Dan 9:27), entonces el punto de partida así como el punto de
llegada de la profecía de los 2300 días-años debían corresponder al
otoño, y más definidamente a la fecha en que debía caer el Día de la
Expiación, cuando el santuario era purificado.
Miles
se unieron al movimiento del “clamor de medianoche”. En tan corto
tiempo fueron yendo a todos los pueblos y ciudades de USA, y a cada
iglesia, llamando a la gente a salir de Babilonia, de las iglesias que
rechazaban el mensaje, para recibir al esposo que entraba en su boda
(Mat 25:6). Experimentaron un derramamiento del Espíritu Santo como no
lo habían experimentado antes. Sus mensajes conmovían a la gente, y
entre 100.000 y 150.000 personas se les unieron en la predicación.
Ligado
a estos conceptos que entraban en el “clamor de medianoche” estuvo la
comprensión posterior al chasco, de que la puerta que se cerró fue la
del Lugar Santo, para abrirse la puerta del Lugar Santísimo donde debía
consumarse la boda del Cordero. Esa luz potente que provenía de la
predicación de la fecha correcta y que conducía al Lugar Santísimo del
santuario celestial, era la que permitiría al último remanente no
tropezar, y llegar al destino final. ¿Qué pasaría con los que
abandonasen la experiencia vivida bajo la luz de esos mensajes que se
dieron a partir del verano de 1844? “Se extinguió para ellos la luz que
estaba detrás y dejó sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron y,
perdiendo de vista el blanco y a Jesús, cayeron fuera del sendero abajo,
en el mundo sombrío y perverso” (PE, 15).
Notemos
que esa luz “brillaba a todo lo largo del sendero”. El llamado a salir
de Babilonia, a abandonar las otras iglesias para unirse al remanente, a
un cuerpo separado e independiente de las demás iglesias, debía
continuar. El llamado a mirar hacia arriba para ver toda la obra que se
llevaba a cabo ahora en el Lugar Santísimo, también debía continuar. El
anuncio de que la puerta se cerró en el otoño de 1844 para los que
voluntariamente no quisieron ni iban a querer mirar, desde entonces,
dentro de la única puerta que ahora estaba abierta, no debía cesar en
absoluto. Todo el cúmulo de profecías fechadas que ya se habían cumplido
en la historia, y su énfasis en interpretar las profecías apocalípticas
desde la perspectiva historicista, debían continuar ejerciendo su obra
para sostener el nuevo cuerpo de fieles, cuya mirada final se centraba
en el regreso del Cordero de su ceremonia de boda, de su casamiento con
la Nueva Jerusalén (Luc 12:36).
Mientras
miraba por TV a Shawn Boonstra el viernes pasado, me parecía ver esa
luz que guiaba su sendero cuando con seguridad, profunda convicción, y
poder juvenil, argüía que la purificación del santuario tenía que ver
con el juicio, y que ese día ya había llegado. Habría un momento en la
historia, al final, declaró sin ambages, “en el tiempo del fin”, en que
se proclamaría al mundo la noticia de que “la hora de su juicio ha
llegado”, la hora de su juicio está aquí (Apoc 14:7).
5. Los sobrevivientes actuales del Gran Chasco de 1844
Los
dos grupos que sobreviven hoy y que provienen directamente del gran
chasco de 1844 son la Iglesia Cristiana Adventista y la Iglesia
Adventista del Séptimo Día. Ambos remontan sus orígenes al movimiento
millerita. ¿Cómo evolucionó uno y cómo evolucionó el otro? ¿Quién tiene
más derecho de invocar aquel movimiento que pasó por el chasco como
precursor del suyo, o sentirse sucesor o heredero de aquel gran
despertar adventista del S. XIX?
Antes
de explicar al pastor de la Iglesia Cristiana Adventista de Mount Olive
que ambos proveníamos del mismo tronco, quise saber cuánto conocía él
de su movimiento. Aunque originalmente el suyo fue el grupo más
representativo que se formó después del chasco, en la actualidad ha
decrecido notablemente y continúa decreciendo. Son apenas 35.000
miembros, y cuentan con dos seminarios teológicos. Aunque anuncian que
se están levantando unas tres iglesias por año, no dicen cuántas están
cerrando en el mismo período. Me dijo el pastor que no se habla tanto
ahora del chasco de 1844, y que es una iglesia que está muriendo.
A
poco de hablar llamó a su secretaria de unos 65 años para que fuese
testigo de que somos cristianos. Le expliqué, delante de esa mujer, que
creemos en la trinidad, en la salvación por gracia únicamente, y en el
pronto retorno de Jesús. Lo único que nos separa, tal vez—insistí—es que
nosotros guardamos el sábado, y Uds. el domingo. Pero en lo demás, las
creencias semejantes que tenemos confirman una vez más que provenimos de
la misma cepa. [Ellos son congregacionalistas administrativamente
hablando, lo que también los separa de nosotros].
Cuando la secretaria se fue, el pastor de la Iglesia Cristiana Adventista me abrió su corazón y me dijo: “Esta
es una iglesia que se está muriendo. Esa secretaria es la más joven, y
asisten unas 30 personas. Es difícil cambiarles la mentalidad a esa edad
y, además, son gente en su mayoría de campo que no va a cambiar jamás.
Algunos han adoptado creencias bautistas, como por ejemplo, la
inmortalidad natural del alma. Yo no creo en eso. Creemos en el estado
inconsciente de los muertos. Pero prefiero no predicarles sobre ese tema
para no tener problemas con ellos”.
Los
cristianos adventistas retienen también de los milleritas la
interpretación de que el papado es el anticristo anunciado por las
profecías bíblicas. En la actualidad forman parte del cuerpo de iglesias
evangélicas, y son aceptados por esas iglesias. De un autor evangélico,
sin embargo, encontré las siguientes diferencias que ven entre los dos
grupos. La inmortalidad natural es la tesis evangélica, mientras
que—como nosotros los adventistas del séptimo día—los cristianos
adventistas creen en la inmortalidad condicional del alma, y con eso
está ligada la creencia en la inconciencia de los muertos. Le achacan
los evangélicos, además, que no hacen tanto énfasis en la trinidad,
aunque aparentan creerla. Les gustaría que fuesen más definidos aún, ya
que no se explayan demasiado a la hora de considerar la naturaleza
divino-humana del Hijo de Dios.
Quedó
sorprendido el pastor de la Iglesia Cristiana Adventista cuando le dije
que, si contásemos los niños, estaríamos en más de 20 millones de
miembros repartidos en todo el mundo. También bautizan por inmersión,
razón por la cual pregunté al cuerpo de ancianos con quienes hablé días
después, si nos dejarían tener bautismos al reunirnos los martes y
sábados en su edificio. El problema que me refirieron fue que, como no
bautizan nunca [porque es una iglesia cada vez más débil], ni sabían si
funcionaba.
Mientras
hablaba con el pastor de esa iglesia, pensaba en la gran bendición que
Dios nos dio de contar con una visión tan definida como la que Dios le
dio a E. de White en ese mismo año de 1844, y que hoy vemos cumpliéndose
admirablemente. Los que renunciasen a la experiencia de la fecha del
otoño de 1844 iban a quedar en tinieblas. Hoy todos saben que nuestro
grupo, el más pequeño y humanamente con menos probabilidades se
sobrevivir en sus comienzos, es en la actualidad el grupo más numeroso,
el único que tiene una proyección universal, ya que está en toda nación,
tribu, lengua y pueblo. El reclamo de ser herederos de aquel glorioso
despertar adventista de los siglos XVIII y XIX nos corresponde a
nosotros, a nuestro pueblo. Pero para poder continuar considerándonos
los verdaderos herederos, no debemos renunciar al “clamor de media
noche” que está incrustado en el 22 de octubre de 1844, y la obra
mediadora y de juicio final que el Hijo de Dios pasó a ofrecer desde
entonces en el Lugar Santísimo.
“No
se habla tanto ahora del chasco…”, “es una iglesia que está muriendo…”,
me decía el pastor de la Iglesia Cristiana Adventista. ¿Qué les falta
para revivir? Les falta esa gloriosa luz que parte del “clamor de
medianoche”, del 22 de octubre de 1844, como siendo la fecha correcta, y
cuyo mensaje debía alumbrar todo el recorrido hasta llegar a la ciudad
de Dios.
¿No
comienza a pasar algo semejante en algunas Iglesias Adventistas del
Séptimo Día, el otro grupo que proviene directamente de aquel
maravilloso despertar adventista de hace cerca de dos siglos atrás?
Otras luces de este siglo, materialistas y carnales, están opacando esa
luz brillante que debía alumbrar al pueblo adventista durante todo el
trayecto, para que sus pies no tropezasen y cayesen. Luces erráticas con
diferentes teorías, estrellas fugaces que distraen, alejan a muchos
cada vez más del único sendero iluminado. Todos los que entre nosotros
quieran olvidar las grandes verdades que están involucradas en ese
clamor de 1844, tarde o temprano dejarán de ver la luz bajo sus pies, y
caerán en las tinieblas en donde se arrastra esta pobre y mísera
humanidad. Los esfuerzos evangelísticos que no se afirmen en aquellas
grandes verdades descubiertas con lágrimas y desencantos, seguirán
produciendo cosechas que el viento y la lluvia finales barrerán por no
tener asidero fijo.
Dos
veces me reuní con el cuerpo de ancianos dirigentes de la Iglesia
Cristiana Adventista, unos 7 u 8, bien viejitos todos. Llevé conmigo a
dos de mis “ancianos”, de alrededor de 30 años cada uno. Les advertí a
mis jóvenes “ancianos” que tuvieran cuidado de no pedir demasiado, ya
que no se puede apurar el trote con los viejitos. Con gran felicidad
respondí a las preguntas de esos ancianos y les testifiqué de la alegría
que me daba de que la llama de la fe que encendió Miller no se había
apagado en ellos tampoco. La segunda vez que me reuní con ellos fue
luego de habernos aceptado, para definir los detalles del acuerdo. Uno
de ellos pidió para orar antes de retirarse. Cerró su oración con las
siguientes palabras: “Señor, esta gente está llevando tu evangelio a
todo el mundo y es nuestro deber apoyarlos”, y pidió una bendición
especial para nuestro ministerio.
6. Dos movimientos post-chasco únicos
La
mayoría de los movimientos reformadores anteriores había decidido salir
de otras iglesias al descubrir errores doctrinales en esas iglesias.
Así se fueron formando nuevas iglesias detrás de un líder que descubrió
nuevas verdades. Casi todas esas iglesias salieron de Roma, interpretada
ésta como Babilonia. Pero la situación creada ahora con el movimiento
adventista millerita fue la de un golpe recibido en su mismo interior.
Habían sentido el derramamiento del Espíritu Santo muy definidamente, y
ningún movimiento de reforma anterior se vio tan libre de fanatismos
como el que habían vivido ellos. Estaba profundamente enraizado en el
estudio de la Biblia, y no era fácil renunciar a tan excelsa
experiencia. Se veían obligados a volver a la Biblia para ver en qué se
había fallado, ya que las promesas de Dios jamás fallan.
En
este sentido, los que fuesen herederos del chasco de 1844 iban a
repetir, en gran medida, la experiencia del despertar que se produjo en
el primer chasco, el de la cruz. Es más, ningún otro movimiento
religioso en la historia surgió de un chasco producido por una
experiencia tan genuina y tan fuerte como el de la primera venida de
Cristo, y como el que estaría relacionado con los eventos preparatorios
de su segunda venida. Así como la multitud se unió con poder y
entusiasmo para proclamar desde la Montaña de los Olivos, “Bendito el
que viene en el Nombre del Señor” (Mat 21:9), así también desde el
verano de 1844 salieron los adventistas a proclamar con entusiasmo
solemne y con poder, “He aquí que el Esposo viene” (CS, 454).
En
ambos grupos hubo gente que se suicidó luego del chasco (un ínfimo
número comparado con el número de seguidores). En ambos grupos los que
vivieron el trauma debieron reevaluar sus conceptos sobre las profecías
acerca de la naturaleza del evento esperado. Ambos movimientos debieron
volver a la Biblia para descubrir verdades ocultas que habían estado
esperando por siglos ser develadas (Luc 24:25-27,44-47; Apoc 10:10).
Tanto
al comienzo de la dispensación cristiana como al final de la misma, el
Señor se reveló a sus fieles seguidores, confirmándolos en persona en la
experiencia que habían tenido (Luc 24:36ss), en el caso del segundo, a
través del don de profecía que no se había vuelto a manifestar desde el
tiempo de los apóstoles (Apoc 12:17; cf. 19:10). A unos y otros el Señor
les dio un cometido universal, y sus corazones ardieron más fuertemente
con la llama del evangelio que les dejó (Luc 24:32; Mat 28:19-20; Apoc
10:8-11; 14:6-12). Así como en ocasión de la inauguración de la
dispensación cristiana, los apóstoles debían ir primero a Jerusalén,
donde se había producido el chasco, y a Judea, para confirmar la fe de
los que se habían frustrado, y luego a Samaria y hasta lo último de la
tierra (Hech 1:8); así también los anhelantes y expectantes discípulos
que se chasquearon cuando el Señor no vino en 1844, debían salir a
confirmar en la fe, en primer lugar a los que habían pasado por esa
experiencia, luego extenderse hacia otros horizontes, y finalmente
abarcar al mundo entero.
El
paralelismo entre esos dos grandes movimientos no deja de sorprendernos
en tantos detalles. Ambos grupos salieron a predicar, anclados en la
Biblia, que “el tiempo” se había cumplido (Gál 4:4-5; Apoc 14:7; cf.
10:5-7). Mientras que el primero recibió el cometido de anunciar la
inauguración del santuario celestial (Dan 7:24; Hech 2:33,36; Heb
5:5-10; 8:1-2), el segundo fue llamado a señalar su conclusión (Dan
8:14, Apoc 11:19). Puede decirse, por consiguiente, que el despertar de
ambos movimientos se basó en las profecías del mismo profeta del Antiguo
Testamento, en las profecías de Daniel.
Tanto
para la inauguración como para la conclusión de la obra de intercesión
que debía efectuarse en el santuario del Nuevo Pacto, habría eventos que
debían cumplirse en el cielo y que se verían confirmados por otros
eventos definidos en la tierra. Mientras que la entronización del Señor
en el cielo se marcó en la tierra mediante el “don de lenguas”, el don
que más necesitaba entonces la naciente iglesia cristiana para salir del
cascarón judío y llegar a todo el mundo conocido de entonces (Hech 2);
el pase del Señor al Lugar Santísimo para volver a ser coronado, esta
vez como Rey de la Nueva Jerusalén, se vio señalado en la tierra por el
“don de profecía” (Apoc 12:17; cf. 19:10; 2 Ped 1:19-21). Ese era el don
que más necesitaba el remanente final para salir del caos y la
confusión del chasco, y agruparse en torno a las verdades que emanasen
de la nueva luz del santuario celestial.
Todas
las profecías fechadas de la Biblia tuvieron su cumplimiento, y se
puede trazar su surco sin dificultad y con claridad desde su punto de
partida hasta su punto de llegada. El único evento que puede referirse
en la tierra para la profecía de los 2300 días-años, es el despertar
adventista que se vio especialmente en el gran movimiento millerita. De
manera que ninguna otra iglesia, ningún otro pueblo, puede adjudicarse
la herencia del Gran Chasco en conexión con la profecía de Dan 8:14 que
constituyó la razón de ser de ese movimiento, a no ser la Iglesia
Adventista del Séptimo Día. Enmarcada como en una escuadra con la
profecía de las 70 semanas y cuyo cumplimiento se dio en forma tan
definida y notable en la inauguración de la dispensación cristiana, la
profecía de los 2300 días-años hubiera quedado en el aire sin esa
identificación con la obra de Guillermo Miller. ¿Será esta la razón por
la que, ningún pueblo ni ninguna iglesia en el mundo se identifica con
esa profecía, fuera de nuestra iglesia?
¿Por
qué escogió Dios un chasco para fundar su obra tanto al principio como
al final de la dispensación cristiana? (Apoc 10:10-11). “Para que nadie
se jacte en su presencia” (1 Cor 1:29). En efecto, no es la grandeza de
los hombres, sus proezas, su inteligencia, la que sirve para salvar a la
humanidad. “Antes lo necio del mundo eligió Dios, para avergonzar a los
sabios; lo débil del mundo eligió Dios, para avergonzar a lo fuerte, y
lo vil del mundo y lo menospreciado eligió Dios, y lo que no es, para
deshacer lo que es” (1 Cor 1:27-28). “Porque el mensaje de la cruz [de
aquel antiguo chasco] es locura para los que se están perdiendo; pero
para los que estamos siendo salvos, es poder de Dios. Porque está
escrito: ‘Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé la
inteligencia de los entendidos’… ¿No ha convertido Dios en necedad la
sabiduría del mundo? Porque como el mundo en su sabiduría no conoció a
Dios en su divina sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la
locura de la predicación” (1 Cor 1:18-21). Nunca olvidemos que a Dios
le encanta ejercer su poder en la debilidad humana (2 Cor 12:7-10).
“Si
bien es cierto que la inteligencia de los hombres no es capaz de
penetrar en los consejos del Eterno, ni de comprender enteramente el
modo en que se cumplen sus designios, el hecho de que le resulten tan
vagos los mensajes del cielo se deben con frecuencia a algún error o
descuido de su parte. A menudo la mente del pueblo—y hasta de los
siervos de Dios—es ofuscada por las opiniones humanas, las tradiciones y
las falsas enseñanzas de los hombres, de suerte que no alcanzan a
comprender más que parcialmente las grandes cosas que Dios reveló en su
Palabra. Así les pasó a los discípulos de Cristo, cuando el mismo Señor
estaba con ellos en persona… El mismo Cristo los envió con el mensaje:
‘Se ha cumplido el tiempo…’ (Mar 1:15)… Predicaron el mensaje que Cristo
les había confiado aun cuando ellos mismos entendían mal su
significado. Aunque su mensaje se basaba en Dan 9:25, no notaron que,
según el versículo siguiente…, el Mesías iba a ser muerto” (CS, 393).
“Cristo había venido al tiempo exacto y en la manera que anunciara la profecía” (CS, 394), pero el acontecimiento que esperaban, de verlo coronado rey en la antigua Jerusalén, era el equivocado (CS,
393-5). “Era el orgullo de sus corazones, la sed de gloria mundana lo
que los había inducido a adherirse tan tenazmente a las falsas doctrinas
de su tiempo… Y estos errores remataron en prueba—dura, pero
necesaria—que Dios permitió para escarmentarlos. Aunque los discípulos
comprendieron mal el sentido del mensaje y vieron frustrarse sus
esperanzas, habían predicado la amonestación que Dios les encomendara, y
el Señor iba a recompensar su fe y honrar su obediencia confiándoles la
tarea de proclamar a todas las naciones el glorioso Evangelio del Señor
resucitado. Y a fin de prepararlos para esta obra, había permitido que pasaran por el trance que tan amargo les pareciera” (CS,
397). “El acontecimiento que los había llenado de tristeza y
desesperación, fue lo que abrió para todos los hijos de Adán la puerta
de la esperanza” (CS, 396). “Era necesario que los discípulos de
Cristo tuviesen una fe inteligente, no sólo en beneficio propio, sino
para comunicar al mundo el conocimiento de Cristo” (CS, 397-8).
Como resultado, “la incertidumbre, la angustia, la desesperación,
dejaron lugar a una seguridad perfecta, a una fe serena” (CS, 398).
“Lo
que experimentaron los discípulos que predicaron el ‘evangelio del
reino’ cuando vino Cristo por primera vez tuvo su contraparte en lo que
experimentaron los que proclamaron el mensaje de su segundo
advenimiento” (CS, 399). “El gran día estaba inminente, y en la
providencia de Dios el pueblo fue probado tocante a un tiempo fijo a fin
de que se les revelase lo que había en sus corazones” (CS, 401).
“Dios se propuso probar a su pueblo. Su mano cubrió el error cometido
en el cálculo de los períodos proféticos. Los adventistas no
descubrieron el error, ni fue descubierto tampoco por los más sabios de
sus adversarios” (CS, 423). “Su error provenía de que había aceptado la creencia popular relativa a lo que constituye el santuario” (CS,
400). “Esta prueba revelaría la fuerza de aquellos que con verdadera fe
habían obedecido a lo que creían ser la enseñanza de la Palabra y del
Espíritu de Dios. Ella les enseñaría, como sólo tal experiencia podía
hacerlo, el peligro que hay en aceptar las teorías e interpretaciones de
los hombres, en lugar de dejar la Biblia interpretarse a sí misma. La
perplejidad y el dolor que iban a resultar de su error, producirían en
los hijos de la fe el escarmiento necesario. Los induciría a profundizar
aun más el estudio de la palabra profética” (CS, 402).
7. La nueva luz que complementó la luz anterior
Las
controversias principales que se dieron entre los adventistas
milleritas posteriores al chasco, se centraron primeramente en el
significado del mensaje de “la puerta cerrada”. El Señor no había venido
pero, ¿se había realmente cerrado la puerta de la gracia el 22 de
octubre de 1844, cuando el Señor entró en la boda? Siendo que la
proclamación millerita de la puerta cerrada se basaba en la parábola de
las 10 vírgenes, pronto pudo verse dos tendencias entre los milleritas: los
que insistían en que la puerta se había cerrado, y los que terminaron
negando que se hubiese cerrado. Tenemos que recordar que todavía se
estaba muy lejos de organizar una iglesia con los herederos del
movimiento. Muchos creían que, aunque el Señor no había venido el 22 de
octubre, podía venir en cualquier momento (CS, 482), y no había
razón para ninguna nueva organización o iglesia. Por lo que en este
respecto, los unos pasaron a llamarse los de “la puerta cerrada”, y los
otros los de “la puerta abierta”.
Entre
los que se identificaron con la creencia de “la puerta cerrada”
estuvieron los pioneros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y, por
consiguiente, sus críticos procuraron vincularlos más tarde a ciertos
grupos extremistas y fanáticos que para entonces, también se
identificaron con “la puerta cerrada”. Los primeros en atacarlos fueron,
como era de esperarse, los Universalistas, para quienes el concepto de
“la puerta cerrada” les resultaba violento. Un mensaje que indicaba que
la puerta se había cerrado para los que habían rechazado el mensaje de
1844, excluía a mucha gente, algo que va en contra de la creencia de
que, al final, todos se salvarán.
En
el caso de los que después iban a organizarse como Iglesia Adventista
del Séptimo Día, entendieron el significado de la puerta cerrada en
conexión con su nueva comprensión del santuario celestial, y de lo que
realmente había tenido lugar entonces. En otra visión en febrero de
1845, Elena Hartmon vio a Jesús cerrar la puerta del Lugar Santo en el
santuario celestial, y abrir la puerta del Lugar Santísimo, hacia donde
se dirigió, luego del Padre, para culminar su obra de intercesión. Era
en ese lugar que Jesús iba a recibir el reino, luego de lo cual volvería
por su pueblo que lo aguardaba aún en la tierra. Esto lo entendieron,
además, de la puerta que el Señor cierra y la que el abre, según el
mensaje a la iglesia de Filadelfia (Apoc 3:7-8).
Así,
podemos ver que los pioneros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día
se ubicaron entre medio de las dos posiciones extremas, las de “la
puerta abierta” y de “la puerta cerrada”. Al mismo tiempo que reconocían
que una puerta se había cerrado, proclamaban que otra puerta se había
abierto (CS, 482-3; cf. Apoc 3:7-8). Les llevó varios años, sin
embargo, para entender en mayor magnitud todo lo que implicaba esa
visión de la puerta cerrada y la puerta abierta (CS, 482-3). La
puerta del Lugar Santo se había cerrado en 1844, y debía seguir cerrada
hasta que culminase la obra de Cristo en el Lugar Santísimo. Los que,
desde entonces, rechazasen “voluntariamente” el mensaje de la “puerta
abierta”, tendrían delante de ellos una “puerta cerrada”, ya que el
Señor había pasado al Lugar Santísimo (CS, 481,484).
La
negación voluntaria de todo el cúmulo de verdades que debía emanar de
la nueva puerta abierta conduciría a la perdición eterna. Así también
había pasado en ocasión del primer chasco en el primer siglo. La puerta
de la gracia, la de los símbolos y sombras del ritual antiguo, se había
cerrado entonces para los judíos que se negaron a entrar por la puerta
que el Señor había abierto al Lugar Santo del santuario celestial (CS,
482-4). “La condición de los judíos incrédulos ilustra el estado de los
indiferentes e incrédulos entre los profesos cristianos, que desconocen
voluntariamente la obra de nuestro misericordioso Sumo
Sacerdote… A medida que se rechazan las enseñanzas de su Palabra, Dios
retira su Espíritu y deja a los hombres en brazos del engaño que tanto
les gusta” (CS, 481-2; cf. 2 Tes 2:10-12).
Es
la firme convicción del autor de este estudio que la generación actual
de los Adventistas del Séptimo Día tiene mucho que aprender todavía
sobre el pleno significado de la puerta cerrada y la puerta abierta. La
tendencia que se ha visto en años recientes de negar la literalidad del
santuario celestial y, tanto más aún de sus velos o puertas, ha
terminado opacando esa luz que viene de 1844, haciendo que muchos
tropiecen. ¿Cuánta luz hay en ese mensaje original de la puerta cerrada y
la puerta abierta? Es algo que no se ha explorado aún en su plenitud.
Ese es el tema sobre el que este servidor espera proyectar pronto en su
tercer seminario sobre el santuario titulado, “Las expectaciones
apocalípticas del santuario”.
Al
mirar al santuario celestial como los cristianos en los primeros siglos
(Col 3:1-4; Heb 8:1-2), pronto descubrieron los adventistas que el gran
original del cielo también contiene un arca (Apoc 11:19). Y si tiene un
arca, entonces contiene el gran original de las tablas de la ley
divina. ¿Qué es lo que encontraron en esa ley? Una luz especial
brillando sobre el cuarto mandamiento que se refiere al séptimo día como
día de reposo. También descubrieron que el Apocalipsis habla de un
movimiento final que levantaría en alto los mandamientos de Dios (Apoc
12:17; 14:12), y daría el mensaje del tercer ángel (Apoc 14:9-12).
¿Quién podría detener, desde entonces, el renovado entusiasmo y poder
espiritual que esa gente comenzó a evidenciar, al salir a proclamar esas
verdades tan fundamentales? Ellos eran ese pueblo que debía formarse
del caos producido por el gran chasco.
“Entonces
se me mostró que los mandamientos de Dios y el testimonio de Jesucristo
que se relacionaba con la puerta cerrada no se podían separar, y que la
época para que los mandamientos de Dios brillasen con todo su valor, y
para que el pueblo de Dios fuese probado con respecto a la verdad del
sábado, era cuando la puerta fuese abierta en el lugar santísimo del
santuario celestial, donde está el arca, que contiene los diez
mandamientos. Esta puerta no se abrió hasta que terminó la mediación de
Jesús en el lugar santo del santuario en 1844” (1 BIO, 161). Los
que por fe siguieron a Jesús en su pase al Lugar Santísimo, “llegaron a
comprender que su gran Sumo Sacerdote había empezado a desempeñar otro
ministerio y, siguiéndole con fe, fueron inducidos a ver además la obra
final de la iglesia”, “qué deberes nos incumben”. “Obtuvieron un
conocimiento más claro de los mensajes de los primeros ángeles, y
quedaron preparados para recibir y dar al mundo la solemne amonestación
del tercer ángel de Apocalipsis 14” (CS, 484-5).
Pronto
descubrieron que la verdad tan armoniosa del santuario que explicaba el
chasco, y traía consigo verdades tan preciosas que faltaban
descubrirse, iba a ser resistido y hasta con hostilidad. La razón del
rechazo iba a deberse—como lo explicó E. de White más tarde—al hecho de
ver que, de aceptarse la verdad de la puerta cerrada y la puerta abierta
del santuario celestial, iba a tener que guardarse el séptimo día, algo
que muchos no estaban dispuestos a hacer. En eso consistió la razón del
rechazo del resto de los milleritas que no se unieron al movimiento de
la puerta abierta al Lugar Santísimo, y del mundo cristiano, en general,
de sus días (CS, 488).
No
fue sino en torno a 1850 que los adventistas del séptimo día iban a
captar que la obra en el Lugar Santísimo que Jesús debía llevar a cabo
en el santuario celestial, involucraba en forma especial, el Juicio
Investigador (Dan 7:9-14,22,26-27). Hasta ese entonces habían estado
esperando que se consumase de un momento a otro la boda del Cordero en
ese lugar, y viniese por su pueblo. Pero ahora comenzaban a darse cuenta
que la obra a efectuarse en el Lugar Santísimo no iba a estar limitada
pura y simplemente a una coronación. Esa ceremonia de boda implicaba
toda una obra de juicio que debía determinar quiénes serían admitidos
como ciudadanos de la Novia del Cordero, la Nueva Jerusalén (Mat
22:1-14; Apoc 19:7-8). De hecho, el Padre no iba a coronar Rey a su Hijo
sobre una ciudad vacía (Juan 14:1-3).
No
fue sino hasta comenzar el S. XX que E. de White recibió del cielo una
comprensión más definida sobre la visión de la “puerta abierta” de Apoc
4-5. Lamentablemente en su mayoría, esas declaraciones nunca fueron
publicadas. Hoy se las puede obtener de un CD de sus escritos no
publicados, y están disponibles en mi libro: La Crisis Final en Apoc 4 y 5.
Esas declaraciones nos muestran una dimensión aún mayor de lo que iba a
efectuar nuestro Salvador dentro de esa “puerta abierta” (Apoc 4:1).
Las verdades que encierran esos dos capítulos son, realmente,
extraordinarias y gloriosas.
8. Quiénes no heredan con nosotros
“Muchos
de nuestros hermanos no comprenden cuán firmemente han sido
establecidos los fundamentos de nuestra fe… Con frecuencia permanecíamos
juntos hasta tarde en la noche, y a veces pasábamos toda la noche
orando en procura de luz y estudiando la Palabra… Cuando llegaban al
punto en su estudio donde decían: ‘No podemos hacer nada más’, el
Espíritu del Señor descendía sobre mí y era arrebatada en visión y se me
daba una clara explicación de los pasajes que habíamos estado
estudiando, con instrucciones en cuanto a la forma en que debíamos
trabajar y enseñar con eficacia. Así se daba luz que nos ayudaba a
entender los textos acerca de Cristo, su misión y su sacerdocio. Una
secuencia de verdad que se extendía desde ese tiempo [1844] hasta cuando
entremos en la ciudad de Dios me fue aclarada, y yo comuniqué a otros
las instrucciones que el Señor me había dado” (1 MS, 241).
Como
era de esperarse, a lo largo de los años el diablo iba a tratar de
abrir grietas al sistema doctrinal compacto que emergió del chasco de
1844, y a la naturaleza de la experiencia espiritual que debía vivir el
pueblo de Dios. Esto iba a hacerlo con el propósito de infiltrar
doctrinas y tendencias espúreas, así como una religión basada en un
emocionalismo exuberante y en manifestaciones sobrenaturales que no
proviniesen de la verdadera fuente. Siendo que aquel “clamor de
medianoche” iba a alumbrar todo el camino hasta el final, ¿no iba a
tratar el diablo de opacar su luz, si no apagarla del todo?
a) Movimientos pentecostales, carismáticos y celebracionistas
Entre
los contactos que estuve teniendo para conseguir iglesias para
alquilar, no faltaron varias pentecostales u otras que practican ritmos y
movimientos equivalentes. En una de ellas estuve parado a dos metros de
una mujer que comenzó a saltar y a gritar (más bien chillar) con toda
el alma, en forma entrecortada, mientras otras tres mujeres corrían para
rodearla y extender la mano para que no se mueva de allí. Otros
gritaban en otros lugares de una manera parecida, desparramados por toda
la iglesia, y algunos les ponían entonces las manos. Lo cierto es que
fanatismos y extravagancias de esa naturaleza debieron enfrentar ya los
apóstoles (1 Cor 14), así como posteriormente Lutero, los Wesley, y
otros reformadores (CS, 447). No faltaron tampoco intentos de
infiltración semejante en el movimiento adventista millerita de 1844,
con la introducción de fuego extraño en las filas del pueblo de Dios.
Ciertas
tendencias al fanatismo religioso se dieron después de la primavera de
1844 entre los adventistas milleritas, cuando se produjo alguna
confusión porque Jesús no vino para entonces. En lugar de seguir
rigiéndose por la Biblia, se abandonaron a sus sentimientos personales, a
sus impresiones e imaginaciones desequilibradas. Sin embargo, “sus
ideas y sus actos inspirados por el fanatismo no encontraban simpatía
entre la gran mayoría de los adventistas” (CS, 446). Contra tales
tendencias se expresaron Miller y sus líderes principales. En su
oposición, Miller llegó a decir: “Muchas veces, al notar una mirada
benigna, una mejilla humedecida y unas palabras entrecortadas, he visto
mayor prueba de piedad interna que en todo el ruido de la cristiandad” (CS, 448).
Era
la luz potente que debía alumbrar todo el sendero del pueblo adventista
hasta la ciudad de Dios la que debía guardar también a ese pueblo de
caer en el fanatismo pentecostal, carismático o celebracionista, que se
caracteriza por introducir fuego extraño en el templo espiritual del
Señor. Veamos las siguientes declaraciones de E. de White.
“No fue la proclamación del segundo advenimiento la que dio origen al fanatismo y a la división… La
predicación del mensaje del primer ángel y del ‘clamor de medianoche’,
tendía directamente a reprimir el fanatismo y la disensión. Los que
participaban en estos solemnes movimientos estaban en armonía; sus
corazones estaban llenos de amor mutuo y de amor hacia Jesús, a quien
esperaban ver pronto. Una sola fe y una sola esperanza bendita los
elevaban por encima de cualquier influencia humana, y les servían de
escudo contra los ataques de Satanás” (CS, 449).
“El fanatismo desapareció ante esta proclamación como helada temprana ante el sol naciente… La
obra quedaba libre de las exageraciones propias de todo arrebato que no
es dominado por la influencia de la Palabra y del Espíritu de Dios… Había en él poco gozo extático,
sino más bien un profundo escudriñamiento del corazón, confesión de los
pecados y renunciación al mundo. El anhelo de los espíritus abrumados
era prepararse para recibir al Señor” (CS, 452).
Y
aunque cantaban a Dios, y se pasaron cantando todo el 22 de octubre
mientras miraban hacia arriba esperando al Señor, llegó a decir Miller
al describir esta obra: ‘No hay gran manifestación de
gozo; no parece sino que éste fuera reservado para más adelante, para
cuando cielo y tierra gocen juntos de dicha indecible y gloriosa. No se
oye tampoco en ella grito de alegría, pues esto también está reservado
para la aclamación que ha de oírse del cielo. Los cantores callan; están
esperando poderse unir a las huestes angelicales, al coro del cielo… No
hay conflicto de sentimientos; todos son de un corazón y de una mente’”
(CS, 452).
“Entre
todos los grandes movimientos religiosos habidos desde los días de los
apóstoles, ninguno resultó más libre de imperfecciones humanas y engaños
de Satanás que el del otoño de 1844” (CS, 453). Y es que el
mensaje de la puerta abierta al Lugar Santísimo es tan importante como
el mensaje de la cruz. En las palabras de E. de White, “la intercesión
de Cristo por el hombre en el santuario celestial es tan esencial para
el plan de la salvación como lo fue su muerte en la cruz. Con su muerte dio principio a aquella obra para cuya conclusión ascendió
al cielo después de su resurrección. Por la fe debemos entrar velo
adentro…, allí podemos obtener una comprensión más clara de los
misterios de la redención” (CS, 543).
Posteriormente
E. de White advirtió que “el príncipe del mal disputa cada pulgada del
terreno por el cual avanza el pueblo de Dios en su peregrinación hacia
la ciudad celestial” (CS, 447, un eco de su primera visión, PE,
14). Introdujo, como ya vimos más arriba, movimientos fanáticos después
del chasco, que recurrieron incluso al mesmerismo al que atribuyeron a
la obra del Espíritu Santo, y que también proclamaron un mensaje acerca
de la “puerta cerrada”. Así logró el diablo que los críticos del
movimiento adventista intentasen entonces y después, vincularlos con
tales movimientos extravagantes.
Apenas
organizada la Iglesia Adventista del Séptimo Día en 1863, hubo
nuevamente manifestaciones de corte pentecostal y carismático que Dios
debió reprimir a través del Espíritu de Profecía, algo que volvió a
ocurrir al iniciarse el S. XX. “Fanatismo, excitación falsa, falso
hablar en lenguas, y prácticas ruidosas han sido considerados dones que el Señor ha colocado en la iglesia. Algunos han sido engañados en esto...” “Fanatismo y ruido considerados como evidencias especiales de fe. Algunos no están satisfechos con una reunión a menos que les proporcione un momento excitante y feliz. Trabajan para que esto ocurra y logran una creciente excitación del sentimiento. Pero la influencia de reuniones tales no es benéfica. Cuando se pasa ese vuelo feliz de los sentimientos, se deprimen aún más de lo que lo estaban antes de la reunión debido a que su felicidad no procede de la fuente correcta” (I T, 411-414).
“No
necesitamos ser engañados. Escenas maravillosas, con las cuales estaría
estrechamente relacionado Satanás ocurrirán pronto. La Palabra de Dios
declara que Satanás obrará milagros. Hará enfermar a la gente y después
quitará repentinamente de ella su poder satánico. Eso hará que se
considere sanados a los enfermos. Estas obras de curación aparente pondrán a prueba a los adventistas” (2 MS, 61). “Se manifestará toda clase de cosas extrañas. Habrá vocerío acompañado de tambores, música y danza.
El juicio de algunos seres racionales quedará confundido de tal manera
que no podrán confiar en él para realizar decisiones correctas. Y a esto
considerarán como la actuación del Espíritu Santo” (2 MS, 41).
“El Espíritu Santo nunca se manifiesta en esta forma, mediante ese ruido desconcertante. Esto constituye una invención de Satanás para ocultar sus ingeniosos métodos destinados a tornar ineficaz la pura, sincera, elevadora, ennoblecedora y santificadora verdad para este tiempo… El ruido desconcertante
aturde los sentidos y desnaturaliza aquello que si se condujera en la
forma debida, constituiría una bendición… Los que participan de este supuesto reavivamiento reciben impresiones que los dejan a la deriva” (2 MS, 42).
Los
movimientos de renovación espiritual espúreos que se caracterizaron por
una música estruendosa y una agitación y sentimentalismo enfermizos, no
atentan necesariamente en forma directa contra el mensaje de la puerta abierta al Lugar Santísimo del santuario celestial. Pero distraen
la atención del verdadero objetivo que consiste en ensalzar a Dios por
su obra en el santuario celestial. En lugar de buscar la salvación del
exterior, la centran en una gratificación sentimental propia, la de los
sentimientos tan inestables como los son los del corazón (Jer 17:9). Se
pierde interés en la búsqueda de la verdad en la misma Palabra de Dios.
En su lugar se buscan placeres espirituales emocionales. Esos intentos
de infiltración reaparecen de tanto en tanto, intentando conseguirse un
lugar entre nosotros. Pero a la luz de la revelación que el Señor nos ha
dado, podemos afirmar sin lugar a equivocarnos, que el Pentecostalismo,
el carismatismo y el celebracionismo no tienen arte ni parte en nuestra
herencia adventista.
b) Corrientes espiritualizadoras
Poco
después del chasco E. de White debió hacer frente también a corrientes
espiritualistas que sustituían el mensaje del santuario por principios
panteístas (3MR 357; 4MR 248, 1 MS, 237). Pero no
fue sino hasta fines del S. XIX y especialmente comienzos del S. XX que
debió enfrentar en gran magnitud, esas ideas a las que consideró
entonces ser el “alfa” de la apostasía. El responsable de procurar
introducir conceptos panteístas en la Iglesia Adventista del Séptimo Día
fue el Dr. John Harvey Kellogg, quien fue iniciado en el panteísmo en
1895 por el Dr. A. H. Lewis, editor de los Bautistas del Séptimo Día,
cuando visitó a Kellogg en Battle Creek y paró en su casa. Dos años más
tarde Kellogg iba a introducir sus ideas en el instituto ministerial de
la sesión de la Asoc. Gral. que tuvo lugar en el Colegio Adventista de
Lincoln, Nebraska.
Favoreció
a Kellog el hecho de que algunos líderes de la Iglesia todavía eran
arrianos, y consideraban que el Espíritu Santo era una fuerza. Kellog
había observado que E. de White estaba hablando, para entonces, de la
Segunda Persona de la Deidad al hablar del Espíritu Santo, y pudo
citarla para producir en ellos mayor confusión. Pero el error de unos no
debía justificar el error de los demás. Mientras que algunos líderes de
la Iglesia Adventista que sostenían conceptos arrianos iban a renunciar
posteriormente a sus convicciones ante las declaraciones bien definidas
de E. de White con respecto a la Trinidad, Kellog iba a mantener sus
ideas panteístas hasta el final de sus días, así como una actitud doble
con respecto al Espíritu de Profecía que aparentaría aceptarlo pero que,
al mismo tiempo, lo contradiría (Hill Knott, “Another Visit to the
Doctor”, en Adventist Review, May 27, 1999, 8-13).
Según
E. de White, el Dr. Kellogg no captaba hacia dónde tendían sus teorías
panteístas, y el daño que iban a producir. En 1904 escribió: “No creo
que el Dr. Kellogg vio esto claramente. No pienso que se dio cuenta que
al extender este nuevo fundamento de fe, estaba dirigiendo sus pasos
hacia la infidelidad” (Carta 33, 1904). “Si Dios es una esencia
que permea toda la naturaleza, entonces mora en todos los hombres; y
para alcanzar santidad, el hombre tiene que desarrollar el poder que hay
dentro de él. Estas teorías [panteístas…], eliminan la necesidad de la
expiación y hacen del hombre su propio salvador” (FLB, 40). “Hay
en él [panteísmo] un principio de teorías que, llevadas a su lógica
conclusión, destruirían la fe en el tema del santuario y en la
expiación”. Ellas “roban los hitos y socavan los pilares de nuestra fe”
(2MR, 243).
En
el aspecto práctico E. de White declaró que, aunque la mayoría no lo
captaba al principio, el panteísmo conduce a la apostasía, al
espiritualismo [no se trata aquí de una referencia al espiritismo] y al
amor libre (8T, 892 [1904]). “Ninguna hebra de panteísmo debe
traerse a la tela. Sensualidad, perjudicial para el alma y el cuerpo, es
siempre el resultado de traer esas hebras a la tela (Carta 249, 1903). “Las teorías espiritualistas acerca de la personalidad de Dios, seguidas hasta sus conclusiones lógicas, destruyen todo el sistema cristiano” (1MS, 238). En referencia al libro de Kellogg, declaró enfáticamente que “El Templo Viviente contiene el alfa de esas teorías. Sé que la Omega seguirá poco después, y temblé por nuestro pueblo” (1MS, 237). “En el libro Living Temple
se presenta el alfa de herejías mortíferas. La omega seguirá y será
recibida por los que no están dispuestos a prestar atención a la
amonestación que Dios ha dado” (1 MS, 227).
En
referencia al panteísmo de Kellogg, E. de White tuvo la siguiente
visión. “Una noche fue presentada claramente una escena delante de mí.
Navegaba un barco en medio de una densa neblina. De pronto el vigía
exclamó: ‘¡Iceberg [témpano] a la vista!’ Allí, como una elevada torre
por encima del barco, estaba un gigantesco iceberg. Una voz autorizada
exclamó: ‘¡Hazle frente!’ No hubo un momento de vacilación. Se demandaba
acción instantánea. El maquinista dio marcha a todo vapor y el timonel
dirigió el barco directamente contra el iceberg. Con un crujido golpeó
el témpano. Hubo una terrible sacudida, y el iceberg se rompió en muchos
pedazos que cayeron sobre la cubierta con un estruendo semejante al
trueno. Los pasajeros fueron violentamente sacudidos por la fuerza de la
colisión… El navío se dañó, pero no sin remedio… Entonces siguió adelante en su camino” (1 MS, 240).
Si
Dios es inmanente a todo, entonces no hay necesidad de buscarlo fuera
de nosotros, ni tampoco elevar nuestra mirada al santuario celestial.
Pero la Biblia lo revela como un ser personal y trascendente. Puede
morar en nosotros, pero nunca es inmanente a ningún objeto que crea. Así
como el
don de profecía—el don prometido para el remanente final (Apoc 12:17;
cf. 19:10)—estaba destinado a protegerlo de movimientos fanáticos que
introducen una música estruendosa que no proviene de la “puerta abierta”
al Lugar Santísimo (Apoc 4-5), y de cultos que degradan y deshonran al
verdadero Dios; así también ese don dado al remanente estaba destinado a
protegerlo de otro intento de infiltración diabólica, como lo fue el
panteísmo, que intentó abrirse un lugar en medio del pueblo de Dios.
c) Tendencias originadas en el dualismo griego
Con el libro del Dr. Edward Heppenstall, Our High Priest,
publicado en 1972, se introdujo en la Iglesia Adventista del Séptimo
Día una nueva tendencia. Es la de negar la existencia de velos o puertas
en el santuario celestial, inclusive la división en dos apartamentos de
ese santuario. Heppenstall dio otro paso más en un sendero torcido.
Afirmó que el pecado contamina y la sangre purifica, sin hacer
mención alguna al papel contaminador de la sangre del sacrificio por el
pecado y su contaminación del santuario. Siendo que su libro se presumía
adventista, y tenía como objetivo tratar el tema de la purificación del
santuario desde la perspectiva de la teología sistemática, la gente
entendió el mensaje de una fórmula tal. Sus ideas causaron un impacto
muy grande y parecieron encontrar terreno fértil en algunos sectores de
la Iglesia Adventista. Muchos terminaron concluyendo que, en lugar de
hablar de la geografía del santuario celestial, era mejor concentrarse
en su funcionalidad. Pero los frutos de tal prédica han demostrado que
el primer paso para terminar negando la funcionalidad del santuario
celestial, es negar su división espacial.
¿Con
qué bases teológicas iba a intentar opacarse y hasta taparse de esa
manera, la potente luz que, desde el 22 de octubre de 1844, debía
alumbrar todo el camino del pueblo de Dios, para que su pie no tropiece y
caiga en este mundo tenebroso? Pura y simplemente sobre la convicción
de que una geografía del santuario celestial es impensable y ridícula.
Digámoslo mejor aún, por la adopción—conciente o inconsciente, en mayor o
menor grado—de principios dualistas griegos que separan los dos mundos
como siendo espiritual el del cielo, y material el de la tierra. El
mundo está impregnado de tales principios paganos y, por consiguiente,
la literalidad del santuario celestial con sus muebles, cortinas y
paredes suena inverosímil. Basados en principios semejantes, algunos
terminaron afirmando una idea popular no fundamentada en la Biblia.
Pretendieron que nada impuro puede haber en la presencia de Dios, razón
por la cual negaron que hubiese algo que purificar en su santuario del
cielo.
Pero
nosotros preferimos la Biblia, y el testimonio de los profetas a
quienes Dios llevó para traernos los racimos verdaderos de la Canaán
celestial. La Biblia dice que hay un santuario en el cielo, hay muebles
en él, y contiene dos cuartos definidos (Hebreos y Apocalipsis). También
dice claramente que los pecados del pueblo de Dios, así como los del
mundo, “llegan hasta el cielo” (2 Crón 28:9; Esd 9:6; Jer 51:9-10; Jon
1:2; Apoc 18:5), y están registrados en libros delante del trono de Dios
(Isa 65:6-7; Dan 7:10; Apoc 20:12). Esa es la razón por la cual, en “el
tiempo del fin”, el santuario celestial debía ser purificado (Dan
8:14,17,19; Heb 9:23).
Heppenstall
fue profesor del Dr. Desmond Ford, quien pensó cosechar su obra en la
siguiente década (1980), e ir más allá negando que la purificación del
santuario de Dan 8:14 tuviese algo que ver con los pecados del pueblo de
Dios. También terminó aceptando la tesis de los evangélicos que creen
que el juicio final tendrá que ver únicamente con los malos. En otro
lugar hemos dado respuesta a todos esos planteamientos. Aquí corresponde
resaltar que fue necesario estudiar mejor el tema de la contaminación,
un tema que ocupó el espacio principal de mi tesis doctoral en la
Universidad de Estrasburgo, y que contribuyó a comprender mejor la
naturaleza de la purificación del santuario en Dan 8:14 [Véase mis
estudios en los volúmenes 3 y 6 preparados sobre Daniel y Apocalipsis
por el Biblical Research Institute; véase además mis obras, The Day of Atonement and the Heavenly Sanctuary, y los dos primeros seminarios sobre el santuario titulados, respectivamente, Las Promesas… y Los Cumplimientos Gloriosos del Santuario].
Con respecto a la inclusión de los buenos (constituidos buenos por la
sangre del Cordero), en el análisis del juicio final, lo afirma no
solamente la tipología del Antiguo Testamento, sino también muchos
pasajes de la Biblia (Ecl 12:13-14; Mat 12:36-37; Heb 4:13; Rom
14:10-12, etc).
“Como el ministerio de Cristo se dividiría en dos grandes partes, ocuparía cada una un período y tendría un sitio distinto en el santuario celestial,
así también el culto simbólico consistía en el servicio diario y el
anual, y a cada uno de ellos se dedicaba una sección del tabernáculo,” PP, 371. “Los lugares santos del santuario celestial están representados por los dos departamentos del santuario terrenal,” CS, 466.
“Así como en el santuario terrenal había dos compartimentos, el santo y el santísimo, hay dos lugares santos en el santuario celestial. Y el arca que contiene la ley de Dios, el altar del incienso, y otros instrumentos de servicio que se encontraban en el santuario terrenal, tienen también su contraparte en el santuario de arriba,” Spirit of Prophecy,
IV, 261. “También se me mostró en la tierra un santuario con dos
departamentos. Se parecía al del cielo, y se me dijo que era una figura
del celestial. Los enseres del primer departamento del santuario terrestre eran como los del primer departamento del celestial. El velo estaba levantado; miré
el interior del lugar santísimo y ví que el mueble era el mismo que el
que se encuentra en el lugar santísimo del santuario celestial,” EW, 252.
“Cuando
el poder de Dios testifica en cuanto a lo que es verdad, esa verdad ha
de mantenerse para siempre... Al mismo tiempo que las Escrituras son la
Palabra de Dios y deben ser respetadas, constituye un gran error su
aplicación, si ésta mueve un puntal del fundamento que Dios ha sostenido
durante estos cincuenta años. El que lo hace no conoce la maravillosa demostración del Espíritu Santo que dio poder y fuerza a los mensajes del pasado que recibió el pueblo de Dios... La presentación del tema del santuario se dio bajo la dirección del Espíritu Santo. Los que no participaron en la gestación de nuestra fe serán elocuentes si guardan silencio. Dios nunca se contradice,” 1 MS,
188-190. [No está de más resaltar el hecho de que la presentación del
tema del santuario al comienzo de la dispensación cristiana se dio
también bajo la dirección del Espíritu Santo (Heb 9:8: “con esto el
Espíritu Santo da a entender…”), quien da el don de profecía (2 Ped
2:21)].
d) Preteristas, futuristas e idealistas
Otra
tendencia que se ha visto infiltrar en algunos medios adventistas desde
hace unos 30 años—según admitió el Dr. Angel Manuel Rodríguez, director
del Biblical Research Institute en la Asoc. Gral., en el prefacio de mi
libro The Seals and the Trumpets—tiene que ver con el método
idealista para interpretar las profecías bíblicas. Se busca extraer de
la profecía el mensaje, la idea, sin procurar descubrir “el tiempo y las
circunstancias” en que debe cumplirse (1 Ped 1:11). Se pretende, de
esta manera, poner un fundamento más sólido mediante análisis
exegéticos, pero por no preocuparse por la historia que cumple las
profecías, esos estudios no tienen rumbo fijo. Una exégesis tal conduce a
poco y nada, y es cuestionable aun desde la perspectiva de la exégesis.
Es una nueva manera de tratar de evitar dar un mensaje definido como el
que dio el antiguo profeta cuando dijo: “tú eres aquel
hombre” (2 Sam 12:7); “tu eres esa cabeza de oro” (Dan 2:38). No se
quiere—en el Apocalipsis—decir claramente quién o qué poder o
institución es “la bestia” apocalíptica o anticristo anunciado, o
simplemente se busca edulcorar el cuadro dramático que presenta el Señor
mismo en su Palabra.
Dentro
de esta tendencia presuntamente “exegética”, o al menos relacionado con
ella, se ha visto también infiltrarse en estas tres últimas décadas,
interpretaciones espiritualistas o simbólicas de las fechas proféticas,
sin asidero definido como el que marca un punto de partida y otro de
llegada concretos. Más precisamente, busca erosionarse de esta manera la
línea historicista que proviene del tiempo de los apóstoles, y
que culmina en el gran despertar adventista, cuyo punto álgido se vio en
el mensaje del “clamor de media noche” que se basó en la fecha del 22
de octubre de 1844. En su lugar se ofrecen enfoques preteristas,
futuristas e idealistas. Este último enfoque consiste en extraer la idea
sin que importe—vale la pena repetirlo—la historia que cumple tales
profecías. La búsqueda de símbolos en este contexto, tiene que ver con
un esfuerzo para no tener que buscar marcos definidos de tiempo que
enmarquen las profecías dadas.
Por
ejemplo, se ha declarado que los tres tiempos y medio de Daniel y
Apocalipsis son un símbolo de la persecución. ¿Por qué? Porque para
referirse a ese período de tiempo el revelador lo expresó así. ¿Quiere
decir que, por el hecho de que ése iba a ser el espacio de tiempo que
iba a durar la persecución del anticristo romano, debía interpretárselo
como símbolo de persecución? También se ha traído a colación los tres
años y medio que duró el ministerio de Jesús en la tierra. Pero el
evento al que se refieren Daniel (7:25; 12:7-9) y Juan en el Apocalipsis
(Apoc 11:3-4; 12:6,14; 13:5), para hablar de la persecución del
anticristo romano, no es el mismo al que se refiere Daniel para hablar
de “la mitad de la semana” de años (Dan 9:27). Mientras que uno tiene
que ver con la gran tribulación medieval, el otro trata acerca de la
confirmación del pacto en la inauguración de la era cristiana.
Admira
la fe con la que los críticos del historicismo afirman que con el
tiempo, encontrarán el significado simbólico de los 1335 y los 2300
días, y la incredulidad que manifiestan ante su cumplimiento concreto
tan bien fundamentado y documentado en la historia. Algunos confiesan
directamente que no han tenido tiempo para indagar su significado
simbólico. Hasta ahora, nadie ha podido encontrar ningún símbolo
escondido en esas fechas. ¿Lo encontrarán algún día?
Basados
en la profecía de Dan 9:24-27, los discípulos de Jesús salieron a
predicar diciendo, “el tiempo se ha cumplido” (Mar 1:15). “Cuando se
cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo” (Gál 4:4). Con la misma
convicción salieron a dar su mensaje de amonestación al mundo los
adventistas milleritas, basados en la profecía del capítulo anterior
(Dan 8:14). “El tiempo del fin” (Dan 8:17,19; 12:4,7-9) había llegado.
Esto no tiene nada que ver con preterismo ni con futurismo ni con
idealismo. Nuestra comprensión de las fechas proféticas se la conoce y
conocerá siempre como historicista.
“Los
grandes hitos de la verdad, que nos muestran nuestro rumbo en la
historia profética, deben ser cuidadosamente protegidos para que no sean
demolidos y reemplazados con teorías que producirían confusión antes
que luz verdadera” (2 MS, 116). “Algunos tomarán la verdad que se
aplica a su tiempo y la colocarán en el futuro. Acontecimientos de la
secuencia profética que se han cumplido en el pasado son colocados en el
futuro, y así es como, a causa de estas teorías, se debilita la fe de
algunas personas… Ud. acepta como verdaderos estos hechos de la historia
bíblica, pero los aplica al futuro. Todavía mantienen su fuerza en su
lugar debido en la cadena de los acontecimientos que nos han convertido
en el pueblo que hoy somos, y como tales deben presentarse a los que
moran en las tinieblas del error… Las verdades que se han ido revelando
consecutivamente, a medida que hemos avanzado en el ámbito de las
profecías reveladas en la Palabra de Dios, son actualmente verdades
sagradas y eternas” (2 MS, 117-8).
“Hay
personas que están listas para apoderarse de cada idea novedosa. Las
profecías de Daniel y Apocalipsis son mal interpretadas. Estas personas
no consideran que la verdad ha sido establecida en el momento preciso
por los mismos hombres a quienes Dios guiaba para que llevaran a cabo
esta obra especial. Estos hombres siguieron paso a paso el cumplimiento
de las profecías, de modo que los que no han tenido una experiencia
personal en esta obra deben aceptar la Palabra de Dios y creer ‘en la
Palabra de ellos’, de los que han sido conducidos por el Señor en la
proclamación de los mensajes del primero, el segundo y el tercer ángel.
Estos mensajes, cuando se los recibe y se obra de acuerdo con ellos,
llevan a cabo su obra de preparar a un pueblo que permanezca en pie en
el gran día de Dios. Si investigamos las Escrituras para confirmar la
verdad que Dios ha dado a sus siervos para el mundo, llegaremos a
proclamar los mensajes del primero, del segundo y del tercer ángel” (2 MS, 127-8).
“Al Señor le plugo mostrarme que no habría tiempo definido en el mensaje dado por Dios desde 1844” (2 MS,
83. “Nuestra posición ha sido de esperar y velar, con ninguna
proclamación de tiempo entre el cierre de los períodos proféticos en
1844 y el tiempo de la venida del Señor”, 10 MR, 270. “La gente
no tendrá otro mensaje definido de tiempo. Después de este período de
tiempo [Apoc 10:4-6], que va de 1842 a 1844, no puede haber traza
definida de tiempo profético. El recuento más largo alcanza al otoño de
1844” (7 BC, 971). “Le hablamos a él de algunos de sus errores en
el pasado, [le dijimos] que los 1335 días habían terminado y [le
dijimos] muchos de sus errores” (Paris, Maine, Nov 27, 1850).
Conclusión
Regalé al pastor de la Iglesia Cristiana Adventista mi libro The Seals and the Trumpets.
Lo recibió con gusto y, hasta el presente, se manifiesta abierto y
positivo con respecto a nosotros. Ellos no tienen esa potente luz
brillando detrás hasta la ciudad de Dios. ¿No tenemos una gran obra para
hacer allí, si intentamos acercarnos con simpatía y sintiéndonos parte,
en cierta medida, de la historia de ellos? Tampoco evocan casi la
experiencia gloriosa de los que pasaron por el Gran Chasco de 1844. Por
consiguiente, no tienen poder y están pereciendo como movimiento desde
hace mucho. ¿Cuántos de los nuestros han descendido hasta ese punto, y
hasta más lejos aún? ¿Cuántos de los miles que se bautizan en nuestra
iglesia saben siquiera algo de esa luz profética que permitirá que sus
pies no tropiecen y caigan con el resto del mundo? ¿No será esa una de
las causas por las cuales tantos pasan por nuestras filas como estrellas
fugaces que apenas se barnizaron con algunas de las verdades que
profesamos, para luego irse en busca de otras fuentes agrietadas, que no
retienen agua?
De
una cosa estoy seguro y es que, gracias a los beneficios que ofrece la
estructura denominacional, muchos que no son de nosotros permanecen
todavía con nosotros, trabando la tarea. Pero cuando esa estructura se
vaya en los momentos finales, y debamos irnos de las ciudades, ¿a qué se
aferrarán? Si no pueden ver hoy la luz que brilla en el sendero de los
que creen en las verdades vitales que Dios nos dio para estos tiempos,
¿qué podrá resguardarlos de caer en las tinieblas de abajo, y perderse
con el mundo que se negó a mirar por la puerta que se abrió en 1844 en
el santuario celestial?
Todos
estos conceptos que hemos visto, que no tienen arte ni parte en nuestra
herencia, tienden a espiritualizar las grandes verdades que nos han
hecho mirar al santuario celestial como el verdadero santuario en donde
ministra el Señor, y no el hombre. Una tendencia alegorizante semejante
la instaló el diablo en Alejandría, bien al principio del cristianismo.
Al ver cómo tantos dejan de prestar atención hoy a esa luz que brilla
desde atrás en nuestros pies, no podemos dejar de pensar si no habremos
llegado a esa época en que aparecería la “omega” de la apostasía. [De
hecho, con la apostasía de Desmond Ford, se publicó un libro que se
tituló La Omega]. Lo cierto es que muy poco se predica acerca de
esas verdades tan maravillosas que heredamos del “clamor de media
noche”, y como consecuencia hay tanta apostasía dentro de nuestras
filas.
“Deben
proclamarse las grandes y solemnes verdades para este tiempo a través
de nuestros escritos, y en esos escritos debemos juntar todo el poder
espiritual que podamos” (Lt 106, 1902). Así como requiere
esfuerzo comprender ese evangelio precioso que Dios nos dio, así también
requiere esfuerzo encontrar su valor práctico y espiritual para nuestra
vida. “Estamos en el gran día de la expiación, y la obra sagrada de
Cristo para el pueblo de Dios que se lleva a cabo hoy en el santuario
celestial, debiera ser nuestro constante estudio” (5 T, 520). “El
pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario y
del juicio investigador… Es de la mayor importancia que todos
investiguen a fondo estos asuntos” (CS, 542-3).
Ninguna
cita inspirada resalta tanto la importancia de nuestra historia pasada
desde el gran chasco de 1844, como la siguiente. “Como he participado en
todo paso de avance hasta nuestra condición presente, al repasar la
historia pasada puedo decir: ‘¡Alabado sea Dios!’ Al ver lo que el Señor
ha hecho, me lleno de admiración y de confianza en Cristo como
director. No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la
manera en que el Señor nos ha conducido y lo que nos ha enseñado en
nuestra historia pasada” (EUD, 73). ¡Dichoso el pueblo que no
reniega ni se avergüenza de su historia, antes bien, agradece a Dios por
ella! (véase Rom 1:16-17; 2 Cor 4:3-4).
Autor:
Dr. Alberto R. Treiyer
TOMADO DE:
http://apologeticadventista.blogspot.com/2011/11/herederos-del-chasco-de-1844.html
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