por Alejandro Medina Villarreal | Tomado de El Centinela® de Septiembre 2012 | ||||||||||||||||||||||
Para muchos de los creyentes guardar los Diez Mandamientos consiste
en respetar ligeramente dos o tres preceptos. “Yo nunca he asesinado a
nadie —dicen— por lo tanto, cumplo con ese mandamiento”. De hecho, a
veces se consideran los preceptos del Decálogo desde una perspectiva
muy superficial; por eso, ciertas ramas del cristianismo los han
desdeñado y considerado inoperantes.
Según la Biblia, los Diez Mandamientos son la aplicación humana de
los principios eternos de la Ley de Dios. En el cielo, donde habitan los
ángeles, así como en los mundos no caídos, se respetan los mismos principios, aunque la forma
en que se aplican estos principios puede ser distinta. ¿Eso quiere
decir que ellos no guardan la Ley exactamente como lo hacemos nosotros?
Así es. “Los principios enunciados por los Diez Mandamientos son
eternos, porque se basan en el carácter de Dios, pero la forma de estos
principios dados en el Sinaí estaba adaptada a la comprensión e
instrucción de los hombres en su estado de pecaminosidad y natural
inconformidad a la voluntad divina”.1
(La cursiva fue añadida). Lo fundamental de los Diez Mandamientos son
los principios, eso es lo eterno, lo inmutable y lo perfecto de ellos.
¿Principios, qué es eso?
Un principio es la “norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta” (Diccionario de la Real Academia Española),
un precepto inmutable, inalterable e incambiable. El tiempo no lo
transforma. No es una costumbre ni una adaptación a determinada época.
Sencillamente pervive en todo momento. En el caso de nuestros Diez
Mandamientos estos principios reciben una aplicación humana. O sea,
detrás de cada mandamiento de la Ley de Dios, aplicado a la experiencia
humana, existe un principio que es eterno, un precepto que obedecen los
ángeles en el cielo y los mundos no caídos, que ha sido así en todo
momento. Es decir, los principios son los mismos, pero su redacción
cambia. Y lo importante de los preceptos divinos son los principios y no
tanto las formas humanas. Aquí es prudente citas las palabras del ex
presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt (1882-1945):
“Las reglas no son necesariamente sagradas, pero los principios sí lo
son”.2
En el recuadro podemos ver cómo se aplican tales principios en la Ley de Dios.
Por lo tanto, los hijos de Dios son personas dichosas, satisfechas y
agradecidas con todo lo que el Señor les ha dado. Son el objeto de sus
abundantes bendiciones y de su cariño constante. Ello se refleja en sus
rostros, sus palabras, sus actitudes y su visión del futuro. El Señor es
la razón de su alegría, su esperanza y su gozo ante cualquier tipo de
circunstancia. Como alguna vez dijera el apóstol Pablo: “No lo digo
porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que
sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y
por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre,
así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece” (Filipenses 4: 11-13).
La ley de Dios da sentido a la existencia de los seres humanos y a
todos los habitantes del universo celestial. Al obedecerla, los hijos de
Dios aprenden a disfrutar la vida de la mano de Dios. Por esa razón,
ella es la base y el reflejo del carácter del Señor. ¡A quién se le
ocurre afirmar que la santa Ley de Dios está abolida! ¡Quién se atreve a
aseverar semejante disparate! Solo a Satanás y a aquellos que se dejan
influir por sus dichos.
1Diccionario bíblico adventista, p. 323.
2The Columbia Dictionary of Quotations. 3Elena G. de White, Conducción del niño (Buenos Aires: Asociación Editora Sudamericana, 1974), p. 510.
El autor es licenciado en Teología y es director editorial de GEMA, con sede en México.
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miércoles, 7 de agosto de 2013
LOS PRINCIPIOS ETERNOS DE LA LEY DE DIOS
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