De
niños, mi hermano y yo teníamos pasión por los modelos a escala. Podían
conseguirse en aquella época aviones de plástico para armar, muy
similares a los verdaderos. Dedicábamos mucho tiempo y paciencia para
armarlos y luego nos deleitábamos en jugar con ellos. Aprendí de esta
forma cómo eran los aviones de la Segunda Guerra Mundial; a reconocer
las formas, escudos y marcas de cada uno.
De
idéntica manera, Dios mismo diseñó -con propósitos didácticos- un
santuario, que era un modelo a escala del verdadero Templo del cielo.
En
el capítulo 9 de Hebreos se resume su diseño y objetivo. Constaba de un
atrio, en el cual se realizaban los sacrificios y la purificación y del
Tabernáculo, al cual se transportaba la sangre. Esta tienda estaba
dividido en dos partes por una cortina exquisitamente bordada; el Lugar
Santo y el Santísimo.
¿Cuál
era la razón de esta división? ¿Por qué el autor siguió el modelo del
Tabernáculo del desierto en vez del Templo de Salomón o el de Herodes?
Sin
duda, se debe a que del primero se dice en forma expresa que era un
modelo. Y sus partes señalaban hacia dos funciones distintas: una de
intercesión y la otra de juicio.
El
Lugar Santo era el centro de las ceremonias diarias, en el cual era
depositada la sangre de los sacrificios de todo tipo que se presentaban
ante Dios. Pero el Santísimo era visitado únicamente una vez al año
-también con sangre-, para cerrar el año ceremonial.
Todo era una representación de verdades más amplias y más trascendentes. “Fue,
pues, necesario que las figuras de las cosas celestiales fuesen
purificadas así; pero las cosas celestiales mismas, con mejores
sacrificios que estos. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de
mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse
ahora por nosotros ante Dios... pero ahora, en la consumación de los
siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo
para quitar de en medio el pecado. Y de la manera que está establecido
para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio,
así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de
muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para
salvar a los que le esperan”. Hebreos 9:23-26
Cuando
Jesús ascendió a los cielos, lo hizo para comenzar su intercesión en
nuestro favor. La sangre derramada en el Calvario, estaba ahora ante el
trono de Dios para abogar por nosotros.
Cada
pecado confesado por los hijos de Dios, cada arrepentimiento sincero,
son cubiertos por los méritos superabundantes de nuestro Salvador. Sus
pecados son perdonados y su nombre es escrito en el libro de la vida.
Pero, tal como vemos en este pasaje, a la intercesión sigue el juicio. Y al juicio sigue su venida.
De
la misma manera que el Sumo Sacerdote en el servicio terrenal se
despojaba de sus vestiduras sagradas para entrar en el Lugar Santísimo
en el día de la expiación, Jesús comenzó una obra de juicio en el lugar
correspondiente del Santuario Celestial .
Si el juicio es anterior al regreso de Cristo en las nubes del cielo, es porque ese juicio está en marcha ahora mismo.
No se trata del gran juicio final, sino de uno realizado en el cielo en
favor de los santos (Ver Daniel 7:9,10,22 y 1ª Pedro 4:17).
En
el gran día de la expiación del ritual hebreo, todos debían
arrepentirse de sus pecados y confesarlos; pues estos sacrificios, que
incluían al macho cabrío “para Jehová”, no se ofrecían a fin de perdonar
pecados, sino para “purificar” el santuario de todos los pecados ya
cometidos.
Desde
1844 en adelante, Jesús ha estado realizando una obra final de juicio a
nuestro favor, para demostrar ante el universo que sus redimidos son
dignos de heredar la vida eterna.
Este
juicio no quita ni agrega nada a nuestra condición. Los pecados que
confesamos ya fueron perdonados, su justicia ya nos fue acreditada. Pero
los registros de ellos son eliminados del cielo y el carácter amoroso
de Dios queda fuera de toda objeción.
Recién
cuando esta obra termine, Jesús podrá venir. Su remanente ha sido
sellado, su obra mediadora habrá concluido y se pronunciará la
sentencia. “El
que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo
todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es
santo, santifíquese todavía” Apocalipsis 22:11.
Cristo
pronto vendrá a buscar a su pueblo. Todas las energías celestiales
están en acción, todos sus recursos se hallan disponibles para que
podamos estar listos.
Jesús
ministra en el Santuario Celestial para acabar con el pecado. El
Espíritu gime por nosotros, esperando que acudamos a nuestro fiel Sumo
Sacerdote para hallar salvación. Los ángeles vuelan de aquí para allá
llevando fortaleza y gracia a cada tentado hijo de Dios. Los habitantes
de otros mundos observan expectantes, impacientes de aquel momento en
que las familias del cielo y la tierra puedan ser al fin reunidas. Todo
se apresura hacia el fin.
Solo faltamos tú y yo. Acude hoy ante el trono de la gracia.
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