El Cordero y el remanente sobre el monte de Sión
Sobre el monte
de Sión. El remanente es indestructible porque se halla junto al
Cordero de Dios sobre el monte Sión, escondido bajo las alas del
Omnipotente, de los ataques del dragón. Esta visión no se centra en el
remanente sino en el Cordero que está en pie sobre el monte de Sión.
Dios redimió a su pueblo a través del Cordero, y él lo hará victorioso
gracias a la sangre del Cordero en la última batalla apocalíptica.
Aunque amenazado de muerte por el dragón, al pueblo remanente se lo
describe más allá del alcance de las fuerzas del mal. Aun cuando están
todavía sobre la tierra, se hallan espiritualmente en el lugar más
seguro del universo: en compañía del Cordero.
El monte de
Sión era en el Antiguo Testamento el lugar donde se encontraba el templo
y donde Dios reinaba y habitaba entre su pueblo. El Salmo 2 describe
una situación en la cual las naciones de la tierra han conspirado juntas
contra el ungido de Dios, el Mesías. El Señor se burla de ellos y
proclama la derrota de las naciones, “porque, dice él, yo he puesto mi
rey sobre Sión, mi santo monte” (Sal. 2:6). Sión es el lugar de refugio
del remanente: “Porque saldrá de Jerusalén remanente, y del monte de
Sión los que se salven. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto” (2
Rey. 19:31). El remanente lo conforman los sobrevivientes dejados en
Sión (Isa. 4:2-3), preservados por Dios de los ataques del enemigo. La
misma asociación de ideas aparece en Apocalipsis 14:1, donde el Mesías y
el remanente son el blanco del dragón y sus asociados; pero el
remanente halla refugio en el Mesías.
El sello de
Dios. El símbolo de los 144 mil que tienen el nombre del Cordero y de
Dios escrito sobre sus frentes también representa al remanente. Dicho
símbolo parece describir de manera especial a quienes estarán vivos
sobre la tierra cuando Cristo regrese: una interpretación apoyada por el
hecho de que Apocalipsis 6:14-16 describe la segunda venida de Cristo
seguida por la pregunta: “porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y
quién podrá sostenerse en pie?” (Apoc. 6:17). La respuesta a esa
pregunta se da en el capítulo 7: los 144 mil. Elena G. de White dice de
ellos que, “habiendo sido trasladados de la tierra, de entre los vivos,
son contados por ‘primicias para Dios y para el Cordero’”.[1]
Es una tentación especular respecto a este tema, pero debemos
resistirla, porque la información que tenemos es extremadamente
limitada.
Los 144 mil
tienen el nombre del Cordero y de su Padre escrito sobre sus frentes.
Si, de acuerdo con Apocalipsis 7:3, Dios puso su sello sobre las frentes
de sus siervos, entonces el sello y el nombre de Dios deben referirse a
la misma cosa. El nombre, de Dios y el del Cordero representan sus
caracteres, lo que ellos son. Por lo tanto tener su nombre sobre nuestra
frente es reflejar el carácter de Dios en nuestra vida. Él nos lo
reveló a través de su ley y en la vida de Jesús, quien la ejemplificó
para nosotros. Ya indicamos que en el libro de Apocalipsis quienes
pertenecen a Dios obedecen sus mandamientos. Sus vidas de sumisión
obediente a la voluntad de Dios revelan que en realidad le pertenecen y
están bajo su cuidado protector. Este firme compromiso con Dios y con la
verdad los distingue de quienes siguen a la bestia y tienen su marca.
Aceptar a Cristo como nuestro Salvador no es algo que pueda hacerse sin
una vida de obediencia amorosa a todos sus mandamientos. Su ley contiene
el sello de Dios en el cuarto mandamiento, una señal de creación (Éxo.
31:17), redención (Deut. 5:15) y santificación (Éxo. 31:13). La
obediencia del remanente a ese mandamiento durante las escenas finales
del conflicto cósmico lo distinguirá de quienes adoran al dragón y a la
bestia. A través del poder del Espíritu esa obediencia resulta en un
carácter santo.
Un coro y cántico nuevos
Juan escucha
un cántico maravilloso y sonoro que para él es como el sonido
refrescante de muchas aguas, como el sonido poderoso de un trueno y como
el sonido inspirador y armonioso de un arpa. Las imágenes que él usa
indican que la música es extraordinaria, que él nunca ha estado en un
programa musical como éste, y busca las palabras para expresar su
experiencia. El coro parece consistir de un número simbólico de 144 mil
seres que conforman el remanente que canta ante el trono de Dios. Nadie
más puede aprender este canto, porque nadie ha pasado por esta
experiencia.
Juan da varias
características claves de los 144 mil. En primer lugar, Dios los ha
redimido de entre los de la tierra. Apocalipsis 14:3 y 4 nos dice dos
veces que éstos fueron “redimidos de entre los de la tierra/de entre los
hombres”. El mismo verbo aparece en Apocalipsis 5:9 donde unos seres
celestiales cantan: “Porque tú [el Cordero] fuiste inmolado, y con tu
sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y
nación”. El Nuevo Testamento testifica claramente que Cristo nos compró o
redimió, y que el precio que pagó fue su propia sangre/vida (2 Ped.
2:1; 1 Ped. 1:18, 19). Cristo ganó el derecho del pueblo de Dios para
que pueda estar en pie ante su trono y para que lo alabe por su muerte
expiatoria. No es la recompensa por nuestra Fidelidad a él. Así que ya
no nos pertenecemos más a nosotros mismos, porque Cristo, nuestro nuevo
propietario, pagó el precio de nuestra redención (1 Cor. 6:20). Le somos
leales porque él cubrió el costo de nuestra salvación.
En segundo
lugar, son vírgenes. La frase “no se contaminaron con mujeres” clarifica
la metáfora. La imagen que se usa es la de una mujer desposada que se
mantiene sexualmente pura para su futuro esposo. En 2 Corintios 11:2
Pablo aplica la misma metáfora a los cristianos: “Porque os celo con
celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros
como una virgen pura para Cristo”. Los 144 mil se han mantenido fieles a
Cristo al no contaminarse con la prostituta descrita en Apocalipsis 17.
En tercer
lugar, siguen al Cordero. El remanente no adora a la bestia ni al
dragón. La estrecha relación entre los 144 mil y el Señor comenzó cuando
ellos todavía estaban sobre la tierra y continuará por la eternidad.
En cuarto
lugar, Israel dedicaba los primeros frutos a Dios como una expresión de
gratitud por la cosecha. Ellos pertenecían a Dios. Los 144 mil son de
Cristo en forma especial debido a su experiencia singular al cierre de
la batalla cósmica, cuando tienen que enfrentar el engaño y la
persecución por parte de las fuerzas del mal en una manera nunca vista
antes en la historia humana. Ellos siguen al Cordero donde quiera que él
vaya. La imagen de las primicias también señala hacia el hecho de que
muchos más experimentarán la salvación. Los 144 mil son el anticipo de
la inmensa cosecha de Dios. Los redimidos de todas las edades se unirán a
Cristo y al remanente escatológico para disfrutar de su presencia por
siempre.
En quinto
lugar, no fue hallada mentira en sus bocas. Una de las características
básicas de los redimidos es que han proclamado la verdad. No hay nada en
sus palabras o acciones que refleje algún tipo de engaño. Mentir es
identificarse con las fuerzas del mal y con el falso profeta (Apoc.
16:13; 19:20). Quienes aman la falsedad serán excluidos de la nueva
Jerusalén (Apoc. 22:15).
Finalmente, el
remanente es sin mancha, es decir, sin defectos morales. Ellos se
identifican con Cristo, quien se ofreció sin mancha (Heb. 9:14). A
través de su muerte expiatoria él hizo posible que todos puedan
presentarse sin mancha ante Dios (Efe. 5:27). La última generación
tendrá una relación íntima con el Salvador y crecerá constantemente en
santificación al confiar únicamente en el poder de Cristo para salvarlos
de sus enemigos.
Los mensajes de los tres ángeles
Podemos
explicar fácilmente la conexión entre Apocalipsis 14:6-12 la sección
previa (Apoc. 14:1-5) como una descripción y del proceso y los medios
por los cuales Dios reúne al remanente escatológico. El capítulo
comienza mostrándonos a ese grupo reunido ante el trono de Dios. Luego
nos informa cómo los llamó Dios de entre los habitantes de la tierra.
Apocalipsis 13 discute el plan mundial y la estrategia que usa el dragón
para unir al mundo contra Cristo y su remanente. Ahora tenemos un
vistazo del plan mundial de Dios y su propósito. Dos fuerzas actúan a
escala mundial para lograr la lealtad de la raza humana, y es importante
que nosotros estemos del lado correcto del conflicto.
Aunque hay
algunas similitudes entre los dos planes, las diferencias son
fundamentales. Ambos usan tres medios de comunicación. Dios emplea tres
seres angélicos (Apoc. 14:6-9) y el dragón recurre a tres demonios
(Apoc. 16:13), quienes son mensajeros de vida y muerte respectivamente.
El método que Dios usa consiste en proclamar el evangelio de salvación y
el juicio a toda nación, tribu, lengua y pueblo (Apoc. 14:6). El dragón
se basa en la realización de milagros y en la obtención del apoyo de
los reyes de la tierra (Apoc. 13:13; 16:14). Dios apela a la razón
humana y a las necesidades espirituales reales de los individuos y se
asegura que toda persona escuche el mensaje y tome una decisión. El
dragón apela a las emociones e impone su voluntad por la fuerza a través
de la autoridad y el poder político.
Los dos planes
tienen fundamentalmente diferentes. Dios desea preparar a su pueblo
contra el engaño, reunir a su pueblo remanente de todas las naciones en
el monte de Sión y desenmascarar los verdaderos planes del dragón (Apoc.
14:1, 6-9). El dragón intenta engañar a todo el mundo (Apoc. 13:13;
16:14), reunir a los reyes de la tierra en Armagedón (Apoc. 16:14) y
derrotar al remanente (Apoc. 13:15). El resultado final de los dos
planes es diametralmente opuesto. El plan de Dios triunfará y su pueblo
saldrá victorioso (Apoc. 14:4), mientras que el dragón y sus
confederados terminarán siendo vencidos y destruidos (Apoc.16:19). Uno
no puede sobre enfatizar la importancia, la necesidad y la urgencia de
la proclamación de los mensajes de los tres ángeles al mundo. Dios le ha
confiado este gran privilegio y responsabilidad a la Iglesia Adventista y nada debiera distraernos de cumplir nuestra misión.
El mensaje del primer ángel (Apoc. 14:6, 7)
Contenido del
mensaje. En la proclamación del último mensaje de Dios para la raza
humana participan agencias tanto humanas como celestiales. La Escritura
define el contenido del mensaje presentado por el primer ángel como el
“evangelio eterno”. Las “buenas nuevas” de salvación a través de la fe
en la muerte expiatoria de Cristo se hallan en el corazón de la
proclamación de este ángel. Evangelio significa “buenas nuevas” y el uso
que Juan le da presupone su sentido apostólico; por lo tanto, nosotros
debiéramos interpretarlo a la luz del resto del Nuevo Testamento. “El
evangelio no requiere que los hombres logren su propia salvación
mediante un acto de arrepentimiento. El evangelio es la declaración de
que ‘Cristo, Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores’ (1 Tim. 1:
15); que ‘de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito’ (Juan 3:16); que ‘siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros’ (Rom. 5:8); y el evangelio de Juan es el mismo: ‘Al que nos
amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre... a él sea gloria e
imperio por los siglos de los siglos’ ([Apoc] l:5-6)”.[2] (Véase también Apocalipsis 5:9.) Este evangelio es válido eterna y permanentemente para todas las épocas y personas.
Blanco, del
mensaje. El blanco o audiencia del evangelio es de naturaleza universal,
porque el problema que el evangelio busca solucionar es universal y
afecta a cada individuo del planeta. El ángel dirige el mensaje a los
“moradores [lit. ‘que se sientan’] de la tierra”, más específicamente a
“toda nación, tribu, lengua y pueblo”. El pasaje presupone que la
polarización final de la raza humana todavía no ha ocurrido y que para
entonces muchos, después de escuchar el evangelio, elegirán seguir al
Cordero. Ellos serán parte del remanente escatológico de Dios. De hecho,
Cristo compró al remanente a través de su sangre “de todo linaje y
lengua y pueblo v nación” (Apoc. 5:9; cf. 14:3). Dios usa la expresión
histórica del remanente, los que quedaron después del ataque del dragón
contra la mujer durante 1260 años, para reunir al resto del remanente
escatológico: los que estarán vivos cuando Cristo regrese.
Respuesta al
mensaje. El ángel extiende a todos una invitación, un “temed a Dios”,
“dadle gloria” y “adorad”. Esta sucinta invitación resume la respuesta
que Dios espera de la raza humana al enfrentar las fuerzas del maligno
en la última batalla del conflicto entre el bien y el mal. El temor de
Dios deriva del hecho de que él es grande, majestuoso y único. Su
presencia inspira temor porque él está más allá de nuestra total
comprensión (Deut. 7:21; 10:17; Mar. 9:2-6). Pero él nos dice “no
temáis”, porque su presencia no pone en peligro nuestra existencia; más
bien puede enriquecería superando nuestras expectativas. Así que la
frase “temed a Dios” expresa la idea de una sumisión confiada a Dios.
Siendo que su presencia también trae salvación a su pueblo, el “temor”
que produce resulta en alabanza y adoración a Dios. Quienes temen a Dios
son aquellos que le alaban, confían en él y guardan sus mandamientos
(Deut. 8:6). El llamamiento a temer a Dios nos invita a estar listos
para encontrarnos con nuestro majestuoso y único Dios en un estado de
sumisión y compromiso con él a través de la obediencia a su buena
voluntad.
Con frecuencia en la Biblia
el temor a Dios guía al individuo a glorificarle (Apoc. 15:4; Mat.
9:8). En el Antiguo Testamento la palabra hebrea traducida como “gloria”
(kabod) significa “peso”. La gente creía comúnmente que la función de
una persona en la sociedad estaba determinada por su “peso”, es decir,
por la importancia e influencia del individuo. Las personas sabias o
ricas tenían una gran influencia; sus palabras y acciones tenían “peso
social e inspiraban respeto y honor. La sociedad admitía públicamente su
‘gloria/peso’ al reconocer lo que habían hecho por otros. En
consecuencia, el verbo llegó a significar “ser honrado o reconocer la
importancia de alguien. Por lo tanto, dar gloria a Dios significa
reconocerlo como la persona más importante del universo. Nadie tiene
mayor “peso” o influencia que él en nuestra vida. Dar gloria a Dios es
asignarle a él el primer lugar en nuestra vida y oponerse al plan
mundial del dragón que desea robarle a Dios su gloria.
La urgencia de
la proclamación a temer a Dios y darle gloria resulta del hecho de que
la hora de su juicio ha llegado. El pregón de los mensajes de los tres
ángeles tiene lugar mientras el juicio anunciado por Daniel está todavía
en progreso. El Juicio es buenas nuevas porque nos informa que Cristo
todavía está intercediendo en nuestro favor en el santuario celestial y
que aún queda tiempo para que nos unamos a él en la batalla contra el
dragón. Es la última oportunidad que tiene la raza humana de unirse al
Cordero en oposición a las fuerzas del mal.
El ángel
convoca a la humanidad a “adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra,
el mar y las fuentes de las aguas”. La adoración es un elemento clave en
el conflicto cósmico porque hace surgir el importante tema del objeto
verdadero y correcto para adorar. El dragón intenta colocarse, tanto él
cómo la bestia que surge del mar, en el mismo centro de la existencia
humana al convertirse en el foco de su adoración (Apoc. 13:4; 14:9). El
remanente se compone de aquellos que han decidido adorar sola y
exclusivamente al Creador. El mandamiento del sábado describe a Díos
como digno de adoración porque él es nuestro Creador (Éxo. 20:11) y
Redentor (Deut. 5:15); v Juan usa parte de su lenguaje a fin de
establecer la razón de adorar a Dios.
El mensaje del segundo ángel (Apoc. 14:8)
El mensaje del
primer ángel proclama esencialmente el triunfo del plan de Dios para el
mundo, mientras que el mensaje del segundo ángel anuncia el fracaso del
plan del dragón. La Escritura
utiliza el símbolo de una ciudad –Babilonia– para representar los
logros del dragón, de la bestia que surge del mar y de la bestia que
surge de la tierra. La caída de la ciudad describe la victoria de Dios
sobre esos poderes malignos. La Biblia
también describe a Babilonia como una mujer a fin de ilustrar que no es
sólo un poder político: una ciudad; sino también un poder religioso:
una mujer. Ya hemos visto que la Escritura
emplea a la mujer como símbolo de] pueblo de Dios, ya sea como una
comunidad fiel (Apoc. 12:1) o como una comunidad infiel: una prostituta
(Apoc. 17:5). La ciudad será destruida y la prostituta quemada con fuego
(vers. 16).
En el Antiguo
Testamento Babilonia representa la arrogancia humana y la rebelión
contra Dios. La construcción de la torre de Babel (Gén. 11:1-9)
representó tanto un rechazo de la dirección divina como un intento de
autopreservación mediante el esfuerzo humano. Los babilonios llamaron a
la ciudad Babilu, “puerta de los dioses”, sugiriendo que a través de la
ciudad tenían acceso a los dioses. La Biblia
prefirió interpretar ese nombre sobre la base de la palabra hebrea
balal, confundir (vers. 9). La ciudad, lejos de ser un lugar de acceso a
Dios, era un centro de confusión. Babilonia llegó a ser un símbolo
apropiado para el archienemigo de Dios y de su pueblo (Jer. 50:24, 28,
29).
El libro de
Apocalipsis usa el término Babilonia para describir al archienemigo de
Dios y el remanente en el tiempo del fin. Juan aplica la imagen de una
prostituta a Babilonia para recordarnos su verdadera naturaleza. Tal
como se indicó anteriormente, el símbolo de una prostituta representa a
una comunidad infiel a Dios. Dicha infidelidad se manifiesta en dos
formas. En primer lugar, la comunidad rechaza la verdad de Dios y
practica un sistema sincretista de adoración que es fundamentalmente un
acto de idolatría (Jer. 2:23-25; Ose. 1-3). Pablo anunció que este
proceso de apostasía entraría en la iglesia (2 Tes. 2:3; Hech. 20:28,
29) y llevaría a la pérdida o distorsión de importantes verdades
bíblicas.
En segundo
lugar, la infidelidad espiritual se manifiesta en un intento por
depender del poder civil en lugar del poder divino para lograr las metas
de la comunidad (Eze. 16:26-29; Lam. 1:21 9), desplazando a Dios y
colocando su autoridad en manos del estado. El libro de Apocalipsis
describe a los poderes malignos buscando el apoyo de los reyes de la
tierra para impulsar sus planes contra Dios y el remanente (Apoc. 17:12,
13).
El proceso de la apostasía que Pablo predijo comenzó inmediatamente, se desarrolló durante la Edad Media, y alcanzará dimensiones universales en el tiempo del fin con el apoyo del protestantismo apóstata y el espiritismo. Luego la Babilonia
escatológica amenazará la misma existencia del remanente (Apoc. 13:15).
Pero el mensaje del segundo ángel proclama la caída de esa infame
ciudad y el colapso de la coalición contra el pueblo de Dios. Esta caída
es, en primer lugar, de tipo espiritual al unir sus fuerzas la bestia
de] mar y el falso profeta con el dragón y los reyes de la tierra en
contra del remanente y su mensaje. Esto resultará en la polarización de
la raza humana. En segundo lugar, la caída es también la separación de
la coalición y el fracaso del dragón (Apoc. 17:15, 16). Nos estamos
acercando rápidamente hacia ambos eventos.
El mensaje del tercer ángel (Apoc. 14:9-11)
El mensaje del
tercer ángel es una amonestación hecha a la raza humana para que
despierte: una advertencia acerca de los peligros que se hallan ante
nosotros. Describe vívidamente la experiencia de quienes se unirán a la
coalición del dragón para pelear contra el Cordero. Quienes adoren al
enemigo y acepten voluntariamente la marca de la bestia beberán del vino
de la ira de Dios. El simbolismo de una copa de vino conteniendo la ira
judicial de Dios contra el mal aparece con frecuencia en los escritos
de los profetas Osa. 51:17; Jer. 25:15; Hab. 2:16), y señala hacia la
destrucción final y definitiva de los pecadores. “Como una bebida
embriagante, ésta priva de sus sentidos a quien deba tomarla, y lo hace
tambalearse y caer, al punto de que no puede ponerse en pie nuevamente.
La imagen transmite la idea de un juicio progresivo que lleva a la
inconsciencia total”.[3]
El grado del castigo depende de los actos de la persona (cf. Apoc.
22:12). El árbitro moral del universo acabará con el conflicto cósmico.
Los malos perecerán en presencia del Cordero y de los ángeles; en otras
palabras, serán testigos del domino del Cordero antes que mueran.
El libro de
Apocalipsis toma prestado el lenguaje del anuncio profético de la
destrucción de Edom para describir la erradicación total del mal y de
los pecadores que no se arrepintieron en el universo. Isaías escribió:
“Sus arroyos [de Edom] se convertirán en brea, y su polvo en azufre, y
su tierra en brea ardiente. No se apagará de noche ni (le día,
perpetuamente subirá su humo; de generación en generación será asolada,
nunca jamás pasará nadie por ella” (Isa. 34:9, 10). Es un lenguaje de
destrucción permanente y no de un tormento eterno. Juan emplea la misma
imagen para anunciar la exterminación total y final de los malos. No hay
descanso para ellos porque rechazaron el descanso que Cristo les
ofreció (Mat. 11:28-30). Sin embargo, nadie necesita pasar por tal
experiencia dolorosa porque Cristo ya bebió la copa de la ira de Dios
por todos nosotros (Mar. 14:36).
Características del remanente
Después de
describir el destino final de quienes siguen a la bestia y al falso
profeta, el libro de Apocalipsis exhorta al remanente a permanecer leal a
Dios. Una vez más encontramos el término “paciencia/resistencia” (véase
Apoc. 13:10) y la necesidad de guardar los mandamientos (véase Apoc.
12:17). Pero también surge un nuevo elemento: ellos tienen la fe de
Jesús. Podemos entender esa frase como que deben permanecer leales al
mensaje de Jesús (véase 2 Tim. 4:7). Pero también podría indicar que
ellos mantienen su fe en Jesús, es decir, ponen su fe en la obra que
Cristo logró en su favor en la cruz. La ambigüedad de la frase sugiere
la presencia de ambas ideas: que el remanente permanece leal al mensaje
de Jesús, incluyendo el reconocimiento de que la salvación viene sólo
por medio de la fe en él, Ellos creen que la ley y el evangelio no deben
separarse uno de otro. Aquellos que han aceptado la salvación sólo a
través de Cristo también guardan los mandamientos.
¡El plan de Dios triunfará, y nosotros somos parte de él!
Ángel Manuel Rodríguez (Th D. Andrews University)
Ex-director del Instituto de Investigación Bíblica de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día.
*Publicado originalmente en inglés en Ángel Manuel Rodríguez, Future Glory. The 8 Greatest End-Time Prophecies in the Bible (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2002), 125-136. Véase también en español publicado por la Asociación Casa Editora Sudamericana en el año 2001.
[1]Elena G. de White, El conflicto de los siglos, pág. 707.
[2]G.B. Caird, A Comentary on the Revelation of St. ¨John the Divine (Nueva York: Harper and Row, 1966), 182, 183.
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