miércoles, 10 de julio de 2013

LA UNIÓN ENTRE LA IGLESIA Y EL ESTADO

Cuando Constantino el Grande se convirtió en emperador en el año 311, el imperio se hallaba aquejado por un sistema administrativo difícil de manejar, un ejército desorganizado y una economía que desfallecía.  Además, la moral de la población multilingüe, de orígenes y costumbres múltiples,  estaba en bancarrota ética y espiritualmente.  La estrategia política de Constantino, gobernante de amplia visión, fue la de movilizar la población del imperio para reconstruir sus instituciones y lograr una unidad de la cual no había disfrutado en los últimos dos siglos.
Comenzó a reorganizar el ejército, a fortalecer la vida económica del imperio y a buscar el remedio para los males sociales, morales y espirituales de la población.  Procurando salvar la integridad del imperio, trató por todos los medios de unificar al pueblo, y uno de los recursos que utilizó fue su intento de cristianizar el Imperio Romano.  Se ha debatido si verdaderamente Constantino se convirtió al cristianismo, como lo sugieren la visión que pretendió haber visto antes de la victoria del puente Milvio y la estatua de sí mismo con cruz en mano que poco después hizo levantar en Roma, o si permaneció pagano, como lo indicaría su conducta.

Seguramente Constantino sea más conocido por ser el primer emperador romano que permitió el libre culto a los cristianos. Los historiadores cristianos desde Lactancio se decantan por un Constantino que adopta el cristianismo como sustituto del paganismo oficial romano. A pesar de ello, Constantino no fue bautizado hasta hallarse en su lecho de muerte. Suconversión, de acuerdo con las fuentes oficiales cristianas, fue el resultado inmediato de un presagio antes de su victoria en la batalla del Puente Milvio, el 28 de octubre de 312. Tras esta visión, Constantino instituyó un nuevo estandarte para marchar a la batalla al que llamaría Lábaro(?). La visión de Constantino se produjo en dos partes: En primer lugar, mientras marchaba con sus soldados vio la forma de una cruz frente al Sol. Tras esto, tuvo un sueño en el que se le ordenaba poner un nuevo símbolo en su estandarte. Se dice que tras estas visiones, Constantino se convirtió de inmediato al cristianismo.
En todo caso, Constantino favoreció a los cristianos con una serie de leyes, a partir del año 311 cuando junto con Galerio y Licinio les dio a aquéllos permiso de rogar a su dios en favor del bienestar del emperador.  En el año 313, junto con Licinio proclamó el edicto de Milán, por el cual se daba libertad religiosa a todos los ciudadanos del imperio, pero que especialmente beneficiaba a los cristianos.  Con todo, el propósito de este edicto era egoísta: Constantino quería recibir los beneficios de las oraciones de todos los fieles a sus dioses, entre ellos el Dios de los cristianos.  Más tarde eximió al clero cristiano del servicio militar y de los impuestos a la propiedad (313 d. C.). Abolió en 315 diversas costumbres paganas que resultaban ofensivas a los cristianos y facilitó la emancipación de los esclavos cristianos.
En el año 321 promulgó la primera ley dominical, que mandaba que todos se abstuvieran de trabajar en día domingo.  Si bien ya hacía más de siglo y medio que buena parte de los cristianos de Occidente observaban el domingo, esta ley no hacía necesariamente del domingo un día santo cristiano.  Más bien era otro indicio del gran afán de lograr unidad en el imperio.  Los adoradores del sol y de Mitra también respetaban el día domingo.  Por esto, la gran mayoría de los ciudadanos de Roma podía fácilmente ponerse de acuerdo en un día común de descanso.
En el año 323, Constantino derrotó a Licinio y se convirtió en emperador único.  Desde esta fecha puede decirse que el cristianismo conquistó al Imperio Romano.  Constantino se hizo rodear de cristianos, otorgó enormes sumas de dinero para construir templos cristianos, e hizo educar como cristiano a su hijo Crispo.  Parece haberle preocupado grandemente el que la aristocracia romana se resistiera a aceptar el cristianismo y en el año 325 exhortó a todos los ciudadanos a hacerse cristianos.  Sin embargo, Constantino siguió con sus intrigas políticas y asesinatos.
Como emperador, Constantino era pontífice máximo del culto pagano del Estado. Era natural que, al cristianizarse el imperio, pensara que debía ser el dirigente de la iglesia cristiana.  Además, su gran afán de lograr la unidad en su imperio y sus dotes administrativas lo inducían a querer dominar también este aspecto de la sociedad.  Y los cristianos, cansados por la persecución de y felices de recibir los privilegios que les brindaba ahora el Estado, le concedieron a Constantino más autoridad en asuntos eclesiásticos de la que convenía que tuviera un emperador que no era ni siquiera bautizado.
En esta nueva relación de la Iglesia con el Estado, los cristianos se estaban apartando de la tradicional política cristiana de no dejarse envolver en asuntos políticos.  Hasta ahora los cristianos no habían ejercido el poder político.  Con frecuencia habían sido perseguidos por las autoridades civiles y religiosas.  En estos asuntos se  habían guiado por la instrucción de Jesús de darle a César lo que era de César (Mat. 22:2l), respetando a los magistrados como instituidos por autoridad divina (Rom. 13:1-4).  Y cuando las autoridades les habían exigido transgredir los mandatos de su religión, habían repetido vez tras vez la admonición de Pedro: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech. 5: 29).  Tertuliano (c. 200 d. C.) escribió en su Apologeticus que la libertad religiosa era uno de los derechos inalienables del hombre. También afirmó que los cristianos no tenían por qué adorar al emperador, pero que hacían algo más útil: oraban por él. Como un siglo después, Lactancio, uno de los padres de la iglesia latina y maestro del hijo de Constantino, subrayaba la providencia divina que había llevado a Constantino a ocupar el más alto puesto del imperio.
Con todo, Constantino no hizo del cristianismo la religión del Estado; pero sí, en algunos aspectos, una rama o división del Estado.  La iglesia aceptó estos aparentes beneficios con agradecimiento, y no se dio cuenta de los peligros que acarreaban consigo hasta que se presentó el dilema de quién debía dirigir a la iglesia: sus propios líderes o el Estado que se había entrometido en los asuntos de la iglesia.
La muerte de Constantino puso de manifiesto lo que fue siempre una debilidad de la constitución romana: la falta de una disposición establecida para la sucesión imperial.  El gobierno del imperio pasó a manos de los tres hijos de Constantino: uno tomó la parte occidental; otro, la central; y el tercero, la oriental.  El imperio no fue oficialmente dividido; pero sí lo fue su administración, siguiéndose el ejemplo de Diocleciano, predecesor de Constantino, de una distribución ineficaz.  De los tres hijos de Constantino, uno era arriano (ver p. 25); y la iglesia del occidente, muy adversa al arrianismo, soportó sólo durante un tiempo el gobierno de un emperador arriano.
Durante el reinado de Constantino, como también más tarde, la iglesia, aliviada de su preocupación en cuanto a su relación con el Estado que la había perseguido, se vio envuelta en una sucesión de controversias doctrinales que cristalizaron en dogmas apoyados con frecuencia mucho más por la tradición, la filosofía y las prácticas paganas, que por las Escrituras.  El cristianismo se convirtió entonces en un sistema fundado en credos.  La iglesia aparentemente había alcanzado éxito delante de los hombres; pero a la vista de Dios había apostatado. El paganismo se había cristianizado; pero simultáneamente el cristianismo había absorbido muchísimos elementos de origen pagano.  La iglesia parecía ante el mundo que había triunfado; pero no fue así.  El emperador Juliano, sobrino de Constantino, llamado "el apóstata" porque dejó el cristianismo, se propuso resucitar el paganismo.  Se dice que cuando estaba moribundo a causa de heridas recibidas en una batalla, exclamó: "Venciste, Galileo".  Cuando lo dijo no comprendía que la corrupción de los seguidores del Galileo era lo que había hecho que él se apartara de Jesús, a quien él llamaba "Galileo".
Agustín (354-430), el teólogo de Hipona, cerca de Cartago, osadamente tomó y magnificó la enseñanza de Orígenes de Alejandría (siglos II-III), quien sostenía que, para triunfar, la iglesia ya no necesitaba esperar que el mundo terminara con un cataclismo debido a la segunda venida de Cristo.  Agustín enseñaba que la iglesia debía esperar una victoria gradual porque es la victoriosa "ciudad de Dios" en la tierra, vencedora de la "ciudad" satánica de este mundo.  La cristalización de este triunfo se convirtió en la esperanza y el propósito de una iglesia que apostataba continuamente y se transformaba en un gran sistema eclesiástico-político.  Desde entonces ésta ha sido siempre su meta.  La iglesia se convirtió más y más en la institución que infundía esperanza a los hombres a medida que declinaba el imperio.
Durante siglos las tribus  bárbaras  del     norte habían estado observando a Roma, más allá de sus fronteras, asombrados por su riqueza y por las comodidades que disfrutaba su pueblo.  En las guerras fronterizas de Roma fueron tomados cautivos grupos numerosos de guerreros de las tribus del norte, quienes fueron vendidos como esclavos y usados como gladiadores en el circo, o como soldados auxiliares en el ejército de Roma. Esos hombres regresaban a sus hogares contando historias de la riqueza de Roma, y los bárbaros comenzaron a desear compartir dichas riquezas.  Los bárbaros veteranos de legiones auxiliares se establecieron como guarniciones a lo largo de las fronteras para detener los ataques de sus propios coterráneos que intentaban cruzar los límites.  A medida que aumentaba más y más la presión de esas tribus, grupos de guerreros se juntaban alrededor de un jefe, y familias y clanes, y finalmente tribus enteras, irrumpieron a través de las fronteras.  Roma pudo durante algún tiempo absorber tales inmigrantes estableciéndolos en tierras baldías para aumentar la muy disminuida obra de mano.  Algunos líderes de esas tribus teutónicas, también llamadas germánicas, ocasionalmente obtenían poder político en el imperio, y comenzaron a casarse con los nativos a pesar de que había leyes que prohibían tales matrimonios.  Así comenzó a formarse a comienzos del siglo IV una nueva cultura romano-teutónica al oeste del Adriático y en el valle del Danubio.
La infiltración pacífica de los germanos fue seguida por las invasiones.  Tribus enteras procedentes del norte cruzaban las fronteras y penetraban en el imperio.  A veces seguían los valles de los ríos y parecía que lo inundaban todo.  Los invasores germanos llegaban no para ver sino para poseer, y cuando sus propósitos eran resistidos, combatían, saqueaban y destruían.  No sólo fueron sitiadas las ciudades de las provincias, sino que aun Roma fue atacada.  En el año 430, mientras Agustín estudiaba el gran tema de su libro La ciudad de Dios, los vándalos cercaban a Cartago, en el norte de África.  A los habitantes del Imperio Romano les costaba creer que Roma y otras grandes ciudades estuvieran siendo atacadas.
Los hérulos fueron la primera de las tribus bárbaras que dominaron a Roma. Constituían tropas auxiliares germanas de Roma que se amotinaron, y en 476 d. C. depusieron al último emperador de Occidente, el adolescente Rómulo Augústulo. A la cabeza de los hérulos y de otras tropas mercenarias estaba Odoacro, quien se constituyó rey de Roma.Odoacro, que era arriano, aunque tolerante para con los católicos, era odiado por los italianos.
Por sugestión del emperador Zenón, del imperio de Oriente, Teodorico, caudillo de los ostrogodos, fue el siguiente en invadir Italia. Lo hizo en 489, y en 493 consiguió que Odoacro se rindiera y poco después lo mató (ver Thomas Hodgkin, Italy and Her Invaders, t. 3, pp. 180-213).
Entre tanto los vándalos, presididos por Genserico, se habían establecido en el norte de África y habían tomado a Cartago en 439. Siendo arrianos fanáticos y belicosos, constituían una amenaza para la supremacía de la Iglesia Católica en el Occidente. Eran especialmente intolerantes para con los católicos, a quienes llamaban herejes. Para ayudar a los católicos del Occidente, el emperador, Justiniano, que gobernaba la mitad oriental del Imperio Romano desde Constantinopla, envió a Belisario, el más hábil de sus generales. Belisario venció completamente a los vándalos en 534.
Las tribus que quedaron llegaron a ser precursoras de las naciones europeas actuales.
Se convirtieron del paganismo al catolicismo romano, o dejaron el arrianismo para aceptar el catolicismo.
Justiniano y el Papado
Justiniano fue uno de los más notables gobernantes del Imperio Bizantino, destacado especialmente por su reforma y compilación de leyes y por la gran expansión militar que tuvo lugar en Occidente bajo su reinado, sobre todo gracias a las campañas de Belisario. Todo ello formaba parte de un magno proyecto de restauración del Imperio romano (Renovatio imperii romanorum), por el que es recordado como "El último emperador romano". La Iglesia Ortodoxa lo venera como santo el día 14 de noviembre.
La política religiosa de Justiniano reflejó la convicción imperial en que la unidad del Imperio presuponía necesariamente la unidad de fe; y ello significaba indudablemente que esta fe sólo podía ser la ortodoxa. Aquéllos que profesasen una fe distinta, sufrirían directamente el proceso iniciado en la legislación imperial, que con Constancio II continuaba ahora con ferocidad. El Codex recogía dos leyes (Cod., I., xi. 9 y 10) que decretaban la destrucción total de la cultura helenista, incluso en la vida civil, y sus disposiciones sería puestas en práctica con virulencia. Las fuentes contemporáneas (Juan Malalas, Teófanes y Juan de Éfeso) refieren graves persecuciones contra los no cristianos, incluso de personas en las altas esferas.
Justiniano es notable no sólo por su éxito al unir transitoriamente a Italia y países del Occidente con la mitad oriental de lo que había sido el Imperio Romano, sino también porque formó un código unificado al reunir y codificar las leyes que existían entonces en el imperio, incluso nuevos edictos del mismo Justiniano. En ese código imperial estaban incorporadas dos cartas oficiales de Justiniano que tenían toda la fuerza de un edicto real. En ellas confirmaba legalmente al obispo de Roma como "cabeza de todas las santas iglesias" y "cabeza de todos los santos sacerdotes de Dios" (Código de Justiniano, libro 1, título 1). En la carta posterior también alaba las actividades del papa como corrector de herejes.
Pero las provisiones de ese decreto no podían ponerse en práctica en seguida; porque Roma e Italia estaban en poder de los ostrogodos, obstáculo que se le presentaron a la Roma papal en su encumbramiento al poder político. Entonces Justiniano, emperador en Constantinopla, vino en ayuda de la Iglesia Católica, cuyo obispo él ya había reconocido como "cabeza de todas las iglesias.
Entre los reinos que se oponían al papado Estuvieron también  los hérulos, los vándalos y los ya nombrados ostrogodos. Los tres eran defensores del arrianismo, que fue el rival más formidable del catolicismo, y se oponían enérgicamente a la religión de Justiniano y del papa. Era, por lo tanto evidente que los ostrogodos debían ser desarraigados de Roma antes que el papa pudiese ejercer el poder con que había sido investido. Para lograr esto, se inició la guerra itálica en 534. La dirección de la campaña fue confiada a Belisario. Cuando él se acercó a Roma, varias ciudades abandonaron a Vitiges, su soberano godo y hereje, y se unieron a los ejércitos del emperador católico. Los godos, decidiendo demorar las operaciones ofensivas hasta la primavera, dejaron que Belisario entrase en Roma sin oposición. Los diputados del papa y el clero, del senado y del pueblo, invitaron al lugarteniente de Justiniano a que aceptase su obediencia voluntaria.
Belisario entró en Roma el 10 de diciembre de 536. Pero esto no fue el fin de la lucha, porque los godos reunieron sus fuerzas y resolvieron disputarle la posesión de la ciudad por un sitio regular, que iniciaron en marzo de 537. Belisario temió que la desesperación y la traición cundiesen entre el pueblo. Varios senadores y el papa Silvestre, cuya traición fue probada o sospechada, fueron desterrados. El emperador ordenó al clero que eligiese un nuevo obispo. Después de invocar solemnemente al Espíritu Santo, eligieron al diácono Vigilio que había comprado el honor con un cohecho de doscientas libras de oro. (Véase Eduardo Gibbon, "The Decline and Fall of the Roman Empire," tomo 4, cap. 41, págs. 168, 169.)
Toda la nación de los ostrogodos se había reunido para el sitio de Roma, pero el éxito no acompañó sus esfuerzos. Sus huestes se fueron gastando en combates sangrientos y frecuentes bajo las murallas de la ciudad, y el año y nueve días que duró el sitio bastaron para consumar casi completamente la destrucción de la nación. En marzo de 538, como empezaban a amenazarlos otros peligros, levantaron el sitio, quemaron sus tiendas y se retiraron en tumulto y confusión, en número apenas suficiente para conservar su existencia como nación o su identidad como pueblo.
Así fue desarraigado los tres gobiernos arrianos que se resistían a este nuevo poder político-religioso (El Papado), "De las ruinas de la Roma política se levantó el gran imperio moral en la 'forma gigante' de la Iglesia Romana" (A.  C. Flick, The Rise of the Mediaeval Church, 1900, p. 150). . Ya no había cosa alguna que impidiese al papa ejercer el poder politico-religioso que le había conferido Justiniano cinco años antes. Los santos, los tiempos y la ley estaban en su mano.
"Bajo la potestad del Imperio Romano los papas no tenían poder temporal. Pero cuando el Imperio Romano se hubo desintegrado y su lugar fue ocupado por varios reinos rudos y bárbaros, la Iglesia Católica Romana no sólo se independizó de esos Estados en el aspecto religioso, sino que dominó también en lo político. La iglesia, bien organizada, unificada y centralizada, con el papa a su cabeza, no sólo era independiente en los asuntos eclesiásticos sino que también controlaba los asuntos civiles" (Carl Conrad Eckhardt, The Papacy and World-Affairs [1937] P. 1).
Resumiendo: (1) El papa ya había sido reconocido en forma más o menos amplia (aunque de ninguna manera en forma universal) como obispo supremo de las iglesias de Occidente y había ejercido considerable influencia política, de tanto en tanto, bajo el patrocinio de los emperadores occidentales. (2)En 533 Justiniano reconoció la supremacía eclesiástica del papa como "cabeza de todas las santas iglesias" tanto en Oriente como Occidente, y ese reconocimiento legal fue incorporado al código de leyes imperiales (534). (3) En 538 el papado fue realmente liberado del dominio de los reinos arrianos, que dominaron a Roma y a Italia después de los emperadores occidentales. Desde ese tiempo el papado pudo aumentar su poder eclesiástico. Los otros reinos se hicieron católicos, uno por uno, y puesto que los lejanos emperadores de Oriente no retuvieron el dominio de Italia, el papa surgió a menudo como una figura principal de los turbulentos acontecimientos que siguieron a este período de Occidente. El papado adquirió dominio territorial y finalmente alcanzó el apogeo de su dominación política tanto como religiosa en Europa .Aunque esa dominación vino mucho más tarde, puede hallarse el punto decisivo en tiempos de Justiniano.
Algunos piensan que es significativo que Vigilio, el papa que ocupaba ese cargo en 538, hubiera reemplazado el año anterior a un papa que había estado bajo la influencia gótica. El nuevo papa debía su puesto a la emperatriz Teodora y era considerado por Justiniano como el medio para unir a todas las iglesias de Oriente y de Occidente bajo su dominio imperial. Se ha hecho notar que, a partir de Vigilio, los papas fueron más y más estadistas a la vez que eclesiásticos, y a menudo llegaron a ser gobernantes seculares (Charles Bemont y G. Monod, Medieval Europe, p. 121).
El poder de la Iglesia  llena el vacío político
Fue en el aspecto político donde la Iglesia Católica Romana tuvo dificultades con los arrianos germanos.  El Imperio de occidente sufrió una grave crisis económica en el período de Constantino y de sus mediatos sucesores.  Hubo inundaciones, sequías, guerras locales y problemas de puestos y de escasez de trabajadores, que resultaron en un quebrantamiento de la economía agrícola, y como resultado miles de hectáreas de tierra quedaron sin cultivar. El comercio del Mediterráneo fue gravemente estorbado por la guerra, especialmente por la piratería de los vándalos merodeadores del norte de África.
El costo de sostener una burocracia incompetente y sobornable había llegado a ser tan enorme, que se hizo necesario imponer elevados impuestos a comunidades enteras.  Las autoridades municipales eran las responsables de cobrar esas gravosas torsiones, y cuando no podían hacerlo eran sometidas a severos castigos; por lo tanto, frecuentemente huían de las ciudades y se convertían en fugitivos en remotos distritos rurales, en donde a menudo se sometían a la protección de los ricos propietarios de tierras que aún quedaban.  Este fue en el aspecto económico el comienzo del feudalismo.
Esta situación permitió que los germanos se infiltraran en masa en el Imperio Romano Occidental.  La población sufría penurias económicas a manos del gobierno, por lo cual resistió muy poco la llegada de los germanos; y aun llegó a abrigar la esperanza de que con el colapso del gobierno central y la formación de administraciones locales creadas por los condes germanos, se podría disfrutar de cierto alivio económico y político.
La situación constituía, por supuesto, un problema para la Iglesia Católica Romana y sus obispos.  Con el colapso de las autoridades provinciales y municipales, los obispos católicos quedaron en muchos casos como los dignatarios más influyentes, y gente recurría a ellos en busca de liderazgo.  En más de una ocasión el obispo servía como alcalde o gobernador provincial, y de vez en cuando hasta se hacía cargo de las fuerzas armadas locales.  Los caudillos de las tribus germanas invasoras tentaban el título de condes, y por esta razón se convirtieron en rivales políticos y religiosos de los obispos católicos romanos.  En muchos casos las dificultades finalmente se resolvían con la cooperación del obispo y del conde.  Llegó a convertirse en una práctica común el celebrar concilios provinciales mixtos, en los cuales participan juntos los obispos y los nobles.  En esos concilios se trataban problemas eclesiásticos, políticos y económicos.  La vida y la política romanas del Occidente gradualmente convirtieron en la vida y la política romano-germánicas.  La cultura asumió, pues, un nuevo cariz.  La destrucción o conversión de las tribus germanas arrianas, eliminó también algunas de las causas de diferencia. Gradualmente se fue reconociendo una división de poder y de influencia, y comenzó a emerger la cultura europea occidental de una combinación de las culturas germana y latina.
Debe señalarse que en gran medida fue la iglesia la que preservó aquellos elementos de la antigua cultura romana que sobrevivieron a la confusión, la rapiña y la destrucción de los siglos V y VI.  Podría decirse que en general, sólo en los monasterios se conservó la luz del conocimiento.  Los alemanes siguieron como dirigentes políticos.  En muchos casos también fueron los obispos y abades de los monasterios,  aunque eso no ocurrió con tanta frecuencia en Italia.
Los dirigentes de las tribus alemanas se convirtieron en "reyes", incluso de grupos de provincias romanas.  Estos dirigentes nunca tomaron para sí el título de emperador, pero su lealtad para con el emperador romano de Constantinopla era tan sólo nominal.  Naturalmente los obispos y abades buscaban en los reyes alemanes el liderazgo político.  Pero al mismo tiempo, junto con los obispos romanos que quedaban, buscaban la dirección del papa de Roma en asuntos eclesiásticos.
El hecho de que no hubiera emperador en el Occidente después de ser expulsado del trono Rómulo Augústulo en 476 d. C., evidentemente dio al papado una inmejorable oportunidad para ocupar la vacante que se produjo.  El fundamento de las pretensiones que tenía la iglesia para ocupar el poder fue, en realidad, el traslado de la capital del imperio de Roma a Constantinopla, hecho por Constantino, lo cual dejó un gran vacío en Occidente.  Un monje de fines del siglo VIII tomó este traslado de la capital imperial como base para redactar un documento que tituló la Donación de Constantino, en el cual se afirma que éste había dejado en herencia al papa no sólo la autoridad eclesiástica en Occidente sino un amplio poder político y posesiones, lo que lo convertiría virtualmente en el gobernante de Occidente.  Y esto fue lo que realmente pretendieron ser los papas durante la Edad Media.

TOMADO DE: El Evangelio Eterno

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