Cuando Constantino el Grande se
convirtió en emperador en el año 311, el imperio se hallaba aquejado por
un sistema administrativo difícil de manejar, un ejército desorganizado
y una economía que desfallecía. Además, la moral de la población
multilingüe, de orígenes y costumbres múltiples, estaba en bancarrota
ética y espiritualmente. La estrategia política de Constantino,
gobernante de amplia visión, fue la de movilizar la población del
imperio para reconstruir sus instituciones y lograr una unidad de la
cual no había disfrutado en los últimos dos siglos.
Comenzó a reorganizar el ejército, a
fortalecer la vida económica del imperio y a buscar el remedio para los
males sociales, morales y espirituales de la población. Procurando
salvar la integridad del imperio, trató por todos los medios de unificar
al pueblo, y uno de los recursos que utilizó fue su intento de
cristianizar el Imperio Romano. Se ha debatido si verdaderamente
Constantino se convirtió al cristianismo, como lo sugieren la visión que
pretendió haber visto antes de la victoria del puente Milvio y la
estatua de sí mismo con cruz en mano que poco después hizo levantar en
Roma, o si permaneció pagano, como lo indicaría su conducta.
Seguramente
Constantino sea más conocido por ser el primer emperador romano
que permitió el libre culto a los cristianos. Los historiadores
cristianos desde Lactancio se decantan por un Constantino que adopta el
cristianismo como sustituto del paganismo oficial romano. A pesar de
ello, Constantino no fue bautizado hasta hallarse en su lecho de muerte.
Suconversión, de acuerdo con las fuentes oficiales cristianas, fue el
resultado inmediato de un presagio antes de su victoria en la batalla
del Puente Milvio, el 28 de octubre de 312. Tras esta visión,
Constantino instituyó un nuevo estandarte para marchar a la batalla al
que llamaría Lábaro(?). La visión de Constantino se produjo en dos
partes: En primer lugar, mientras marchaba con sus soldados vio la forma
de una cruz frente al Sol. Tras esto, tuvo un sueño en el que se le
ordenaba poner un nuevo símbolo en su estandarte. Se dice que tras estas
visiones, Constantino se convirtió de inmediato al cristianismo.
En
todo caso, Constantino favoreció a los cristianos con una serie de
leyes, a partir del año 311 cuando junto con Galerio y Licinio les dio a
aquéllos permiso de rogar a su dios en favor del bienestar del
emperador. En el año 313, junto con Licinio proclamó el edicto de
Milán, por el cual se daba libertad religiosa a todos los ciudadanos del
imperio, pero que especialmente beneficiaba a los cristianos. Con
todo, el propósito de este edicto era egoísta: Constantino quería
recibir los beneficios de las oraciones de todos los fieles a sus
dioses, entre ellos el Dios de los cristianos. Más tarde eximió al
clero cristiano del servicio militar y de los impuestos a la propiedad
(313 d. C.). Abolió en 315 diversas costumbres paganas que resultaban
ofensivas a los cristianos y facilitó la emancipación de los esclavos
cristianos.
En el año 321 promulgó la primera ley
dominical, que mandaba que todos se abstuvieran de trabajar en día
domingo. Si bien ya hacía más de siglo y medio que buena parte de los
cristianos de Occidente observaban el domingo, esta ley no hacía
necesariamente del domingo un día santo cristiano. Más bien era otro
indicio del gran afán de lograr unidad en el imperio. Los adoradores
del sol y de Mitra también respetaban el día domingo. Por esto, la gran
mayoría de los ciudadanos de Roma podía fácilmente ponerse de acuerdo
en un día común de descanso.
En el año 323, Constantino derrotó a
Licinio y se convirtió en emperador único. Desde esta fecha puede
decirse que el cristianismo conquistó al Imperio Romano. Constantino se
hizo rodear de cristianos, otorgó enormes sumas de dinero para
construir templos cristianos, e hizo educar como cristiano a su hijo
Crispo. Parece haberle preocupado grandemente el que la aristocracia
romana se resistiera a aceptar el cristianismo y en el año 325 exhortó a
todos los ciudadanos a hacerse cristianos. Sin embargo, Constantino
siguió con sus intrigas políticas y asesinatos.
Como emperador, Constantino era pontífice máximo del culto pagano del Estado. Era
natural que, al cristianizarse el imperio, pensara que debía ser el
dirigente de la iglesia cristiana. Además, su gran afán de lograr la
unidad en su imperio y sus dotes administrativas lo inducían a querer
dominar también este aspecto de la sociedad. Y los cristianos, cansados
por la persecución de y felices de recibir los privilegios que les
brindaba ahora el Estado, le concedieron a Constantino más autoridad en
asuntos eclesiásticos de la que convenía que tuviera un emperador que no
era ni siquiera bautizado.
En esta nueva relación de la Iglesia con
el Estado, los cristianos se estaban apartando de la tradicional
política cristiana de no dejarse envolver en asuntos políticos. Hasta
ahora los cristianos no habían ejercido el poder político. Con
frecuencia habían sido perseguidos por las autoridades civiles y
religiosas. En estos asuntos se habían guiado por la instrucción de
Jesús de darle a César lo que era de César (Mat. 22:2l), respetando a
los magistrados como instituidos por autoridad divina (Rom. 13:1-4). Y
cuando las autoridades les habían exigido transgredir los mandatos de su
religión, habían repetido vez tras vez la admonición de Pedro: "Es
necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech. 5: 29).
Tertuliano (c. 200 d. C.) escribió en su Apologeticus que la libertad
religiosa era uno de los derechos inalienables del hombre. También
afirmó que los cristianos no tenían por qué adorar al emperador, pero
que hacían algo más útil: oraban por él. Como un siglo después,
Lactancio, uno de los padres de la iglesia latina y maestro del hijo de
Constantino, subrayaba la providencia divina que había llevado a
Constantino a ocupar el más alto puesto del imperio.
Con todo, Constantino no hizo del
cristianismo la religión del Estado; pero sí, en algunos aspectos, una
rama o división del Estado. La iglesia aceptó estos aparentes
beneficios con agradecimiento, y no se dio cuenta de los peligros que
acarreaban consigo hasta que se presentó el dilema de quién debía
dirigir a la iglesia: sus propios líderes o el Estado que se había
entrometido en los asuntos de la iglesia.
La muerte de Constantino puso de
manifiesto lo que fue siempre una debilidad de la constitución romana:
la falta de una disposición establecida para la sucesión imperial. El
gobierno del imperio pasó a manos de los tres hijos de Constantino: uno
tomó la parte occidental; otro, la central; y el tercero, la oriental.
El imperio no fue oficialmente dividido; pero sí lo fue su
administración, siguiéndose el ejemplo de Diocleciano, predecesor de
Constantino, de una distribución ineficaz. De los tres hijos de
Constantino, uno era arriano (ver p. 25); y la iglesia del occidente,
muy adversa al arrianismo, soportó sólo durante un tiempo el gobierno de
un emperador arriano.
Durante el reinado de Constantino, como
también más tarde, la iglesia, aliviada de su preocupación en cuanto a
su relación con el Estado que la había perseguido, se vio envuelta en
una sucesión de controversias doctrinales que cristalizaron en dogmas
apoyados con frecuencia mucho más por la tradición, la filosofía y las
prácticas paganas, que por las Escrituras. El cristianismo se convirtió
entonces en un sistema fundado en credos. La iglesia aparentemente
había alcanzado éxito delante de los hombres; pero a la vista de Dios
había apostatado. El paganismo se había cristianizado; pero
simultáneamente el cristianismo había absorbido muchísimos elementos de
origen pagano. La iglesia parecía ante el mundo que había triunfado;
pero no fue así. El emperador Juliano, sobrino de Constantino, llamado
"el apóstata" porque dejó el cristianismo, se propuso resucitar el
paganismo. Se dice que cuando estaba moribundo a causa de heridas
recibidas en una batalla, exclamó: "Venciste, Galileo". Cuando lo dijo
no comprendía que la corrupción de los seguidores del Galileo era lo que
había hecho que él se apartara de Jesús, a quien él llamaba "Galileo".
Agustín
(354-430), el teólogo de Hipona, cerca de Cartago, osadamente tomó y
magnificó la enseñanza de Orígenes de Alejandría (siglos II-III), quien
sostenía que, para triunfar, la iglesia ya no necesitaba esperar que el
mundo terminara con un cataclismo debido a la segunda venida de Cristo.
Agustín enseñaba que la iglesia debía esperar una victoria gradual
porque es la victoriosa "ciudad de Dios" en la tierra, vencedora de la
"ciudad" satánica de este mundo. La cristalización de este triunfo se
convirtió en la esperanza y el propósito de una iglesia que apostataba
continuamente y se transformaba en un gran sistema
eclesiástico-político. Desde entonces ésta ha sido siempre su meta. La
iglesia se convirtió más y más en la institución que infundía esperanza
a los hombres a medida que declinaba el imperio.
Durante siglos las tribus bárbaras del norte habían estado observando a Roma, más
allá de sus fronteras, asombrados por su riqueza y por las comodidades
que disfrutaba su pueblo. En las guerras fronterizas de Roma fueron
tomados cautivos grupos numerosos de guerreros de las tribus del norte,
quienes fueron vendidos como esclavos y usados como gladiadores en el
circo, o como soldados auxiliares en el ejército de Roma. Esos hombres
regresaban a sus hogares contando historias de la riqueza de Roma, y los
bárbaros comenzaron a desear compartir dichas riquezas. Los bárbaros
veteranos de legiones auxiliares se establecieron como guarniciones a lo
largo de las fronteras para detener los ataques de sus propios
coterráneos que intentaban cruzar los límites. A medida que aumentaba
más y más la presión de esas tribus, grupos de guerreros se juntaban
alrededor de un jefe, y familias y clanes, y finalmente tribus enteras,
irrumpieron a través de las fronteras. Roma pudo durante algún tiempo
absorber tales inmigrantes estableciéndolos en tierras baldías para
aumentar la muy disminuida obra de mano. Algunos líderes de esas tribus
teutónicas, también llamadas germánicas, ocasionalmente obtenían poder
político en el imperio, y comenzaron a casarse con los nativos a pesar
de que había leyes que prohibían tales matrimonios. Así comenzó a
formarse a comienzos del siglo IV una nueva cultura romano-teutónica al
oeste del Adriático y en el valle del Danubio.
La infiltración pacífica de los germanos
fue seguida por las invasiones. Tribus enteras procedentes del norte
cruzaban las fronteras y penetraban en el imperio. A veces seguían los
valles de los ríos y parecía que lo inundaban todo. Los invasores
germanos llegaban no para ver sino para poseer, y cuando sus propósitos
eran resistidos, combatían, saqueaban y destruían. No sólo fueron
sitiadas las ciudades de las provincias, sino que aun Roma fue atacada.
En el año 430, mientras Agustín estudiaba el gran tema de su libro La
ciudad de Dios, los vándalos cercaban a Cartago, en el norte de África.
A los habitantes del Imperio Romano les costaba creer que Roma y otras
grandes ciudades estuvieran siendo atacadas.
Los
hérulos fueron la primera de las tribus bárbaras que dominaron a Roma.
Constituían tropas auxiliares germanas de Roma que se amotinaron, y en
476 d. C. depusieron al último emperador de Occidente, el adolescente
Rómulo Augústulo. A la cabeza de los hérulos y de otras tropas
mercenarias estaba Odoacro, quien se constituyó rey de Roma.Odoacro, que
era arriano, aunque tolerante para con los católicos, era odiado por
los italianos.
Por sugestión del emperador Zenón, del
imperio de Oriente, Teodorico, caudillo de los ostrogodos, fue el
siguiente en invadir Italia. Lo hizo en 489, y en 493 consiguió que
Odoacro se rindiera y poco después lo mató (ver Thomas Hodgkin, Italy
and Her Invaders, t. 3, pp. 180-213).
Entre tanto los vándalos, presididos por
Genserico, se habían establecido en el norte de África y habían tomado a
Cartago en 439. Siendo arrianos fanáticos y belicosos, constituían una
amenaza para la supremacía de la Iglesia Católica en el Occidente. Eran
especialmente intolerantes para con los católicos, a quienes llamaban
herejes. Para ayudar a los católicos del Occidente, el emperador,
Justiniano, que gobernaba la mitad oriental del Imperio Romano desde
Constantinopla, envió a Belisario, el más hábil de sus generales.
Belisario venció completamente a los vándalos en 534.
Las tribus que quedaron llegaron a ser precursoras de las naciones europeas actuales.
Se convirtieron del paganismo al catolicismo romano, o dejaron el arrianismo para aceptar el catolicismo.
Justiniano y el Papado
Justiniano fue uno de los más notables gobernantes del Imperio Bizantino, destacado
especialmente por su reforma y compilación de leyes y por la gran
expansión militar que tuvo lugar en Occidente bajo su reinado, sobre
todo gracias a las campañas de Belisario. Todo ello formaba parte de un
magno proyecto de restauración del Imperio romano (Renovatio imperii
romanorum), por el que es recordado como "El último emperador romano".
La Iglesia Ortodoxa lo venera como santo el día 14 de noviembre.
La
política religiosa de Justiniano reflejó la convicción imperial en que
la unidad del Imperio presuponía necesariamente la unidad de fe; y ello
significaba indudablemente que esta fe sólo podía ser la ortodoxa.
Aquéllos que profesasen una fe distinta, sufrirían directamente el
proceso iniciado en la legislación imperial, que con Constancio II
continuaba ahora con ferocidad. El Codex recogía dos leyes (Cod., I.,
xi. 9 y 10) que decretaban la destrucción total de la cultura helenista,
incluso en la vida civil, y sus disposiciones sería puestas en práctica
con virulencia. Las fuentes contemporáneas (Juan Malalas, Teófanes y
Juan de Éfeso) refieren graves persecuciones contra los no cristianos,
incluso de personas en las altas esferas.
Justiniano es notable no sólo por su
éxito al unir transitoriamente a Italia y países del Occidente con la
mitad oriental de lo que había sido el Imperio Romano, sino también
porque formó un código unificado al reunir y codificar las leyes que
existían entonces en el imperio, incluso nuevos edictos del mismo
Justiniano. En ese código imperial estaban incorporadas dos cartas
oficiales de Justiniano que tenían toda la fuerza de un edicto real. En
ellas confirmaba legalmente al obispo de Roma como "cabeza de todas las
santas iglesias" y "cabeza de todos los santos sacerdotes de Dios"
(Código de Justiniano, libro 1, título 1). En la carta posterior también
alaba las actividades del papa como corrector de herejes.
Pero las provisiones de ese decreto no
podían ponerse en práctica en seguida; porque Roma e Italia estaban en
poder de los ostrogodos, obstáculo que se le presentaron a la Roma papal
en su encumbramiento al poder político. Entonces Justiniano, emperador
en Constantinopla, vino en ayuda de la Iglesia Católica, cuyo obispo él
ya había reconocido como "cabeza de todas las iglesias.
Entre los reinos que se oponían al
papado Estuvieron también los hérulos, los vándalos y los ya nombrados
ostrogodos. Los tres eran defensores del arrianismo, que fue el rival
más formidable del catolicismo, y se oponían enérgicamente a la religión
de Justiniano y del papa. Era, por lo tanto evidente que los ostrogodos
debían ser desarraigados de Roma antes que el papa pudiese ejercer el
poder con que había sido investido. Para lograr esto, se inició la
guerra itálica en 534. La dirección de la campaña fue confiada a
Belisario. Cuando él se acercó a Roma, varias ciudades abandonaron a
Vitiges, su soberano godo y hereje, y se unieron a los ejércitos del
emperador católico. Los godos, decidiendo demorar las operaciones
ofensivas hasta la primavera, dejaron que Belisario entrase en Roma sin
oposición. Los diputados del papa y el clero, del senado y del pueblo,
invitaron al lugarteniente de Justiniano a que aceptase su obediencia
voluntaria.
Belisario entró en Roma el 10 de diciembre de 536. Pero esto no fue el fin de la lucha,
porque los godos reunieron sus fuerzas y resolvieron disputarle la
posesión de la ciudad por un sitio regular, que iniciaron en marzo de
537. Belisario temió que la desesperación y la traición cundiesen entre
el pueblo. Varios senadores y el papa Silvestre, cuya traición fue
probada o sospechada, fueron desterrados. El emperador ordenó al clero
que eligiese un nuevo obispo. Después de invocar solemnemente al
Espíritu Santo, eligieron al diácono Vigilio que había comprado el honor
con un cohecho de doscientas libras de oro. (Véase Eduardo Gibbon, "The
Decline and Fall of the Roman Empire," tomo 4, cap. 41, págs. 168,
169.)
Toda la nación de los ostrogodos se
había reunido para el sitio de Roma, pero el éxito no acompañó sus
esfuerzos. Sus huestes se fueron gastando en combates sangrientos y
frecuentes bajo las murallas de la ciudad, y el año y nueve días que
duró el sitio bastaron para consumar casi completamente la destrucción
de la nación. En marzo de 538, como empezaban a amenazarlos otros
peligros, levantaron el sitio, quemaron sus tiendas y se retiraron en
tumulto y confusión, en número apenas suficiente para conservar su
existencia como nación o su identidad como pueblo.
Así fue desarraigado los tres gobiernos
arrianos que se resistían a este nuevo poder político-religioso (El
Papado), "De las ruinas de la Roma política se levantó el gran imperio
moral en la 'forma gigante' de la Iglesia Romana" (A. C. Flick, The
Rise of the Mediaeval Church, 1900, p. 150). . Ya no había cosa alguna
que impidiese al papa ejercer el poder politico-religioso que le había
conferido Justiniano cinco años antes. Los santos, los tiempos y la ley
estaban en su mano.
"Bajo la potestad del Imperio Romano los
papas no tenían poder temporal. Pero cuando el Imperio Romano se hubo
desintegrado y su lugar fue ocupado por varios reinos rudos y bárbaros,
la Iglesia Católica Romana no sólo se independizó de esos Estados en el
aspecto religioso, sino que dominó también en lo político. La iglesia,
bien organizada, unificada y centralizada, con el papa a su cabeza, no
sólo era independiente en los asuntos eclesiásticos sino que también
controlaba los asuntos civiles" (Carl Conrad Eckhardt, The Papacy and
World-Affairs [1937] P. 1).
Resumiendo: (1) El papa ya había sido
reconocido en forma más o menos amplia (aunque de ninguna manera en
forma universal) como obispo supremo de las iglesias de Occidente y
había ejercido considerable influencia política, de tanto en tanto, bajo
el patrocinio de los emperadores occidentales. (2)En 533 Justiniano
reconoció la supremacía eclesiástica del papa como "cabeza de todas las
santas iglesias" tanto en Oriente como Occidente, y ese reconocimiento
legal fue incorporado al código de leyes imperiales (534). (3) En 538 el
papado fue realmente liberado del dominio de los reinos arrianos, que
dominaron a Roma y a Italia después de los emperadores occidentales.
Desde ese tiempo el papado pudo aumentar su poder eclesiástico. Los
otros reinos se hicieron católicos, uno por uno, y puesto que los
lejanos emperadores de Oriente no retuvieron el dominio de Italia, el
papa surgió a menudo como una figura principal de los turbulentos
acontecimientos que siguieron a este período de Occidente. El papado
adquirió dominio territorial y finalmente alcanzó el apogeo de su
dominación política tanto como religiosa en Europa .Aunque esa
dominación vino mucho más tarde, puede hallarse el punto decisivo en
tiempos de Justiniano.
Algunos
piensan que es significativo que Vigilio, el papa que ocupaba ese cargo
en 538, hubiera reemplazado el año anterior a un papa que había estado
bajo la influencia gótica. El nuevo papa debía su puesto a la emperatriz
Teodora y era considerado por Justiniano como el medio para unir a
todas las iglesias de Oriente y de Occidente bajo su dominio imperial.
Se ha hecho notar que, a partir de Vigilio, los papas fueron más y más
estadistas a la vez que eclesiásticos, y a menudo llegaron a ser
gobernantes seculares (Charles Bemont y G. Monod, Medieval Europe, p.
121).
El poder de la Iglesia llena el vacío político
Fue en el aspecto político donde la Iglesia Católica Romana tuvo dificultades con los arrianos
germanos. El Imperio de occidente sufrió una grave crisis económica en
el período de Constantino y de sus mediatos sucesores. Hubo
inundaciones, sequías, guerras locales y problemas de puestos y de
escasez de trabajadores, que resultaron en un quebrantamiento de la
economía agrícola, y como resultado miles de hectáreas de tierra
quedaron sin cultivar. El comercio del Mediterráneo fue gravemente
estorbado por la guerra, especialmente por la piratería de los vándalos
merodeadores del norte de África.
El costo de sostener una burocracia
incompetente y sobornable había llegado a ser tan enorme, que se hizo
necesario imponer elevados impuestos a comunidades enteras. Las
autoridades municipales eran las responsables de cobrar esas gravosas
torsiones, y cuando no podían hacerlo eran sometidas a severos castigos;
por lo tanto, frecuentemente huían de las ciudades y se convertían en
fugitivos en remotos distritos rurales, en donde a menudo se sometían a
la protección de los ricos propietarios de tierras que aún quedaban.
Este fue en el aspecto económico el comienzo del feudalismo.
Esta situación permitió que los germanos
se infiltraran en masa en el Imperio Romano Occidental. La población
sufría penurias económicas a manos del gobierno, por lo cual resistió
muy poco la llegada de los germanos; y aun llegó a abrigar la esperanza
de que con el colapso del gobierno central y la formación de
administraciones locales creadas por los condes germanos, se podría
disfrutar de cierto alivio económico y político.
La situación constituía, por supuesto,
un problema para la Iglesia Católica Romana y sus obispos. Con el
colapso de las autoridades provinciales y municipales, los obispos
católicos quedaron en muchos casos como los dignatarios más influyentes,
y gente recurría a ellos en busca de liderazgo. En más de una ocasión
el obispo servía como alcalde o gobernador provincial, y de vez en
cuando hasta se hacía cargo de las fuerzas armadas locales. Los
caudillos de las tribus germanas invasoras tentaban el título de condes,
y por esta razón se convirtieron en rivales políticos y religiosos de
los obispos católicos romanos. En muchos casos las dificultades
finalmente se resolvían con la cooperación del obispo y del conde.
Llegó a convertirse en una práctica común el celebrar concilios
provinciales mixtos, en los cuales participan juntos los obispos y los
nobles. En esos concilios se trataban problemas eclesiásticos,
políticos y económicos. La vida y la política romanas del Occidente
gradualmente convirtieron en la vida y la política romano-germánicas.
La cultura asumió, pues, un nuevo cariz. La destrucción o conversión
de las tribus germanas arrianas, eliminó también algunas de las causas
de diferencia. Gradualmente se fue reconociendo una división de poder y
de influencia, y comenzó a emerger la cultura europea occidental de una
combinación de las culturas germana y latina.
Debe señalarse que en gran medida fue la
iglesia la que preservó aquellos elementos de la antigua cultura romana
que sobrevivieron a la confusión, la rapiña y la destrucción de los
siglos V y VI. Podría decirse que en general, sólo en los monasterios
se conservó la luz del conocimiento. Los alemanes siguieron como
dirigentes políticos. En muchos casos también fueron los obispos y
abades de los monasterios, aunque eso no ocurrió con tanta frecuencia
en Italia.
Los dirigentes de las tribus alemanas se
convirtieron en "reyes", incluso de grupos de provincias romanas.
Estos dirigentes nunca tomaron para sí el título de emperador, pero su
lealtad para con el emperador romano de Constantinopla era tan sólo
nominal. Naturalmente los obispos y abades buscaban en los reyes
alemanes el liderazgo político. Pero al mismo tiempo, junto con los
obispos romanos que quedaban, buscaban la dirección del papa de Roma en
asuntos eclesiásticos.
El hecho de que no hubiera emperador en
el Occidente después de ser expulsado del trono Rómulo Augústulo en 476
d. C., evidentemente dio al papado una inmejorable oportunidad para
ocupar la vacante que se produjo. El fundamento de las pretensiones que
tenía la iglesia para ocupar el poder fue, en realidad, el traslado de
la capital del imperio de Roma a Constantinopla, hecho por Constantino,
lo cual dejó un gran vacío en Occidente. Un monje de fines del siglo
VIII tomó este traslado de la capital imperial como base para redactar
un documento que tituló la Donación de Constantino, en el cual se afirma
que éste había dejado en herencia al papa no sólo la autoridad
eclesiástica en Occidente sino un amplio poder político y posesiones, lo
que lo convertiría virtualmente en el gobernante de Occidente. Y esto
fue lo que realmente pretendieron ser los papas durante la Edad Media.
TOMADO DE: El Evangelio Eterno
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