Está el regreso de un padre. Imagina la escena en el aeropuerto
cuando vuelve de un largo compromiso de trabajo en el extranjero. Al
salir del avión, entra en el edificio. Su esposa y sus dos hijos están
esperándolo expectantes, y su emoción no tiene límite. Los dos niños se
sueltan de la mano de la madre y se lanzan a los brazos del papá.
Finalmente es el turno de ella que lo abraza como si nunca más lo dejará
ir.
¡Sí, no hay nada como un regreso al hogar!
Una razón por la cual nos gustan tanto es porque presagian
otro regreso al hogar, el celestial, un acontecimiento que se podría
llamar: “El gran regreso a casa”.
En realidad, estos retornos a la casa terrenal estimulan nuestro
gusto y nos hacen anhelar más el supremo regreso al hogar, porque a
diferencia de éste, no son permanentes. La alegría que nos provocan se
esfuma demasiado pronto. El padre debe despedir una vez más a su familia
para otro viaje al exterior, y el tiempo de vacaciones en la
universidad pasa rápidamente.
Jesús habla de ese gran regreso en Juan 14:1-3, un pasaje que
representa una de las joyas más preciadas de las Escrituras. Varias
frases del mismo merecen una reflexión.
Preparar un lugar
Siempre recordaré la manera como mi esposa se puso a trabajar después
de enterarse que estaba embarazada de nuestro primer hijo. Para mí como
hombre, el resultado positivo de embarazo era una señal de que teníamos
alrededor de siete meses antes de comenzar a preparar todo para la
llegada de nuestro bebé, pero para mi esposa, la historia era diferente.
¡Tenía que comenzar a prepararse enseguida! Un cuarto para el bebé, una
cuna, también un coche de bebé y un asiento para el auto, y la lista
continuaba.
Todos estos preparativos reflejaban su alegría de traer al bebé a
nuestro hogar y su gran amor por él. De ahí en más pudimos decir: “Antes que llegaras al mundo ya eras amado y cuidado. Tu mamá, con un poco de ayuda de papá, te preparó un lugar”.
Muchas casas
Otra frase a considerar en Juan 14:1-3 es la afirmación de Jesús en el comienzo del versículo 2, “En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas”.
Deseo detenerme en el adjetivo “muchas” en donde se enfatiza que en el
momento del gran regreso, la patria divina tendrá una capacidad
ilimitada. ¡Nunca habrá un cartel anunciando “Completo”!
Durante mi adolescencia mis padres decidieron llevarnos a Montreal,
Canadá. Papá trabajaba como contador y tenía que asistir a un congreso
profesional, pero el verdadero propósito era dar a nuestra familia la
oportunidad de visitar algo del vecino país y poder ver una parte
diferente del mundo. Después de largas horas de viaje desde Atlanta,
finalmente llegamos. Nos sentíamos muy agitados por estar en otro país,
pero nuestra emoción se evaporó cuando llegamos al elegante Hotel
Bonaventure, donde se llevaban a cabo las reuniones de papá, y
descubrimos que no tenían ningún registro de reserva. Para empeorar la
situación, la capacidad del hotel estaba cubierta. ¡No había sitio para
nosotros! Finalmente encontramos alojamiento en un pequeño y descuidado
hotel en las afueras de la ciudad, pero la carencia de espacio en el
Bonaventure opacó todo nuestro viaje.
¡Cuán feliz me hace el saber que en el Reino de Dios nunca
veremos un cartel que diga “Completo, no hay lugar”! De hecho, Dios
continuamente está invitándonos a que moremos permanentemente en nuestro
propio hogar allá en su mundo mejor. “El Espíritu y la novia dicen:
‘¡Ven!’; y el que escuche diga: ‘¡Ven!’ El que tenga sed, venga; y el
que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida” (Apocalipsis 22:17).
Vendré otra vez
Otra frase de este atesorado pasaje es la promesa de Jesús en Juan
14:3, “vendré” (“vendré otra vez” RV 1995). Esta simple palabra ha
alentado y sostenido a creyentes a lo largo de las edades. Mientras
Esteban, Santiago, Pedro y los otros líderes del naciente cristianismo
daban sus vidas por el Señor que amaban, estas palabras, “vendré, vendré
otra vez”, les dieron coraje. Cuando Hus, Gerónimo, Ridley, Cranmer,
Latimer y otros fueron quemados en la hoguera, estas mismas palabras
fomentaron esperanza. Cuando José Bates, Jaime y Elena White y otros
pioneros adventistas sufrieron burlas y fueron despreciados por su fe en
un Salvador que pronto vendría, estas palabras preservaron su ánimo y
estas mismas palabras, “vendré otra vez”, son la última y mejor
esperanza para el mundo hoy.
Sin embargo, casi 2.000 años han pasado desde que Jesús pronunciara
esta promesa. ¡Eso es mucho tiempo! Alguien puede preguntar, ¿cómo
podemos estar seguros de que realmente va a venir? Podríamos decir: “En
su juventud mis abuelos pensaron que Jesús vendría cuando ellos eran aún
jóvenes y discutieron si tener hijos o no. Mis padres esperaron que
volviera mucho antes. ¿Cómo podemos seguir teniendo fe de que volverá?
La respuesta es simple y directa: Porque Jesús, el Hijo de Dios, lo dijo. Porque prometió que volvería.
Cuando mi hermano y yo éramos niños, de vez en cuando alguien le daba
a mi padre un par de entradas para un partido de fútbol. Él sin
egoísmo, porque tenía dos hijos y solamente dos entradas, nos conducía
al estadio y nos dejaba bajo un gran cartel de Coca Cola. Antes de irse
nos prometía que regresaría a buscarnos al mismo punto, una vez que el
juego terminara. Alguien puede preguntarse, ¿ustedes no se preocupaban
que su papá no volviera y los dejara abandonados en la gran ciudad? No,
no había nada de que preocuparse. Papá había prometido que volvería por
nosotros. Siempre cumplió. Cristo ha prometido que volverá por sus
hijos, y realmente vendrá.
Juntos por fin
Hay una última frase en este pasaje del gran retorno que requiere
nuestra atención. Después de haber prometido volver, Jesús continúa en
Juan 14:3, “vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté”.
En esta frase, vemos el propósito de todo. Vemos el objetivo final de
Jesús: reunión; estar juntos. El enfoque en este texto no está en las
señales cósmicas que lo preceden. Es claro que el énfasis está en el
deseo intenso del Señor de un compañerismo personal. Jesús ha estado
separado de sus hijos por demasiado tiempo, y anhela estar con ellos
otra vez.
En su maravilloso libro An Endless Falling in Love, Ty Gibson tituló
“El amor cuenta los días” al capítulo que habla de la segunda venida. La
idea es ésta: cuando estás separado de alguien a quien amas, esperas
con impaciencia el momento en el que estarán juntos otra vez. Cuentas
los días.
En 1993, fui con un equipo de La Voz de la Esperanza a Brasil para
ayudar a celebrar el 50 aniversario de este programa. Durante mi viaje
de casi cuatro semanas disfruté muchísimo, sentí las bendiciones del
Señor en todas mis actividades y vi paisajes maravillosos. Sin embargo,
si hubo un inconveniente en este viaje, fue el estar lejos de mi familia
por tantos días. Fue un tiempo demasiado largo especialmente porque
Joshua mi hijo más pequeño, tenía apenas un año de edad en ese entonces.
Recordaré siempre lo que sucedió cuando lo tomé nuevamente en mis
brazos al volver a casa. Miró a su mamá para que lo rescatara de este
“extraño” y la expresión de perplejidad en su carita decía: “Quién es
este hombre extraño que me sostiene?” Había algo que era muy evidente:
¡Había estado lejos de este niño al que amaba, por demasiado tiempo! Era
hora de reunirnos.
Esa es la manera en que se siente el Señor. Ha estado lejos
por demasiado tiempo y ansía que la separación se termine; anhela una
reunión. Ha prometido volver para llevar a sus hijos al último y gran
regreso a casa, y como declara 1 Tesalonicenses 4:17, “Y así estaremos
con el Señor para siempre”. Que nuestra oración sea la de Juan, “Amén.
Ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).
TOMADO DE:
http://www.jovenes-cristianos.com/index.php?option=com_content&view=article&id=675:el-gran-regreso-a-casa&catid=77:temas-biblicos-interesantes&Itemid=101
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