por Alejandro Bullón | |||||||||||
Ese hombre era ciego. Por más que intentase imaginar la forma y los
colores del mundo, en su mente sólo aparecían sombras difusas y vagas.
Era ciego. Había nacido ciego. Su vida era lúgubre y triste porque las
tinieblas poseían su alma. Hacía lo que podía para sobrevivir. Sentado
en alguna esquina de una calle extendía la mano a expensas de la
compasión ajena.
Pero aquel día todo sería diferente, porque Jesús apareció en su
vida. Y Jesús siempre hace la diferencia. Entre la luz y las tinieblas,
entre la desesperación y la esperanza, entre la tristeza y la alegría,
entre el vacío y la plenitud, entre la vida y la muerte, Jesús siempre
es la diferencia. Es una pena que al ser humano le cueste tanto
descubrir esta verdad.
El encuentro con Jesús tuvo un efecto extraordinario en la vida del
ciego. De repente sus ojos se abrieron y pudo ver los colores, el brillo
del sol, la belleza de la naturaleza y la sonrisa de los niños. Ese día
fue el más extraordinario y feliz en la vida de aquel hombre. Tuvo
ganas de cantar, de alabar a Dios y de celebrar. Sintió el deseo de
agradecer y adorar, porque su vida de oscuridad, tristeza y miseria
había llegado a su fin, y comenzaba a sentir súbitamente la dimensión de
una vida de luz y de alegría. Nunca olvidaría aquel día. “Aquel día era
sábado”, afirma el relato bíblico. Para ese hombre, el sábado siempre
sería un día para celebrar y agradecer a Dios, porque en ese día había
llegado la salvación a su vida.
Aquel milagro divino que había traído tanta alegría al desventurado
ciego, sin embargo, fue motivo de incomprensión, acusación y crítica de
parte de los judíos contra Jesús. Algunos de los fariseos dijeron: “Este
hombre no procede de Dios, porque no guarda el día de reposo” (S. Juan
9:16).
¿Era Jesucristo un trasgresor del sábado? ¿Anuló nuestro Señor el
principio divino del sábado, establecido desde la fundación del mundo?
Durante su ministerio, fue acusado muchas veces de no darle importancia
al día de reposo. Sin embargo, él mismo afirmó con convicción: “No
penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido
para abrogar, sino para cumplir” (S. Mateo 5:17). Si había venido a
cumplir, ¿por qué lo acusaban entonces de ser un trasgresor? Por el
simple motivo de darle vida a un principio que se había transformado
apenas en letra fría y ceremonia exterior.
No es casual que los evangelios registren siete milagros realizados
por Jesús en el sábado (S. Juan 5:1-15; S. Marcos 1:21-28; 1:29-31; 3:
1-6; S. Juan 9: 1-41: S. Lucas 13:10-17; S. Lucas 14:1-4). Todos son
milagros de sanidad. El Salvador no observó el sábado con una actitud de
ocio, sino que vivificó a aquellos que estaban camino a la muerte. Pero
el celo de los fariseos se encendía, porque en la opinión de ellos en
sábado no había que hacer nada, y la actitud de Jesús los contradecía y
removía el fundamento de sus tradiciones. En ocasión de la curación del
paralítico del estanque de Betesda, el texto bíblico afirma: “Y por esta
causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban matarle, porque hacía
estas curaciones en el día de reposo” (S. Juan 5:16).
Es interesante notar que el tema del sábado ocupó la mayoría de las
discusiones entre Jesús y los judíos, pero lo más interesante es que el
punto de discusión nunca giró en torno a la autenticidad del sábado como
día de reposo. El relato de los evangelios y el estudio del Nuevo
Testamento no dejan la menor sombra de duda de que el sábado es el único
día de reposo que aceptaron Jesús, los apóstoles y la iglesia
primitiva. La historia de la iglesia durante los primeros siglos de la
era cristiana nos muestra el modo sutil en que el domingo pasó a ser
considerado por la mayoría de los cristianos como día de guardar. Pero
en la Biblia no existe el menor fundamento para eso, y mucho menos en el
ministerio de Jesús.
Al contrario, San Lucas resalta el respeto y la obediencia de Jesús a
la observancia del sábado durante su ministerio: “Vino a Nazaret, donde
se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a
su costumbre, y se levantó a leer” (S. Lucas 4:16).
Impresiona la expresión “conforme a su costumbre”. Los milagros de
sanidad que Jesús realizó en sábado no fueron algo accidental. Jesús
tenía un propósito en mente, algo más que simplemente curar. Su actitud
con relación al sábado nos muestra que vino a confirmar la santidad del
día de reposo y a sacarlo de debajo de las tradiciones humanas, que lo
habían convertido en un día lleno de prohibiciones y reglamentos sin
sentido, en lugar de que fuera el día de “delicia, santo, glorioso de
Jehová” (Isaías 58:13). Al obrar sus milagros de redención en sábado,
Jesús estaba afirmando: “Éste es un día de buena nueva, éste es un día
de salvación”.
Hay otro detalle interesante que necesita ser entendido con relación
al sábado desde la perspectiva de Jesucristo. El relato de la creación
afirma que Dios creó el mundo en seis días y que en el séptimo descansó
(Éxodo 20:8-11). Antes de reposar, “vio Dios lo que había hecho, y he
aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). La obra de la
creación estaba terminada. Todo era perfecto. Entonces vino el enemigo y
desfiguró la maravillosa obra de Dios. ¿Estaría el mundo condenado a
existir eternamente en esa situación desfigurada del plan original de
Dios? Por supuesto que no. Jesucristo fue la respuesta de Dios al
enemigo de las almas. Jesús vino a este mundo para restaurar la creación
deteriorada por el pecado. Sus milagros de curación son la mejor prueba
de esto. Finalmente, su ministerio en este mundo terminó un viernes a
la puesta del sol. Desde la cruz del Calvario, Jesús contempló ya no su
obra de creación, sino su obra de redención, y antes de morir exclamó:
“Consumado es” (S. Juan 19:30).
La obra de la salvación estaba terminada, espiritualmente todo era
nuevamente “bueno en gran manera”, y en el sábado, conforme al
mandamiento, Jesús reposó en la tumba de José de Arimatea. A partir de
este momento, el sábado además de ser un monumento y un recordativo de
la creación, llegó a serlo también de la salvación. Hasta en su muerte,
Jesús nos dio el ejemplo de separar el sábado como un día especial y
diferente.
Hoy, el Señor Jesús está con los brazos abiertos, mirándolo con amor.
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”
(S. Mateo 11:28, 29).
Descanso. ¿No es eso lo que usted tanto desea? Este mundo está lleno
de dolor y tristeza. La vida sin Cristo es un horrible fardo que cargar.
Usted corre de un lado para otro y no logra lo que desea. Lucha,
trabaja y se esfuerza, pero nada parece dar resultado. Busca
desesperadamente un poco de paz y sólo encuentra conflictos. Se acuesta
de noche para dormir y el ruido ensordecedor del pasado no lo deja
descansar; tiene miedo y a veces ni siquiera sabe definir de dónde
procede o porqué.
Descanso. ¿No es eso lo que usted tanto busca? Bueno, Jesús esta ahí,
esperándolo con los brazos abiertos. Vaya a él para que su corazón
afligido encuentre reposo, pero vaya dispuesto a aprender de él. Jesús
mismo dijo: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho,
vosotros también hagáis” (S. Juan 13:15).
¿Qué es lo que hizo Jesús con relación al sábado? ¿Cómo lo guardo? Él
ya nos dio el ejemplo, le devolvió la vida y la santidad que los
hombres le habían quitado. “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de
Dios... procuremos pues entrar en aquel reposo” (Hebreos 4:9-11).
¿Quiere usted entrar a ese reposo? ¿Quiere disfrutar las bendiciones
que Dios prometió a los que guardan el sábado? Vaya a Jesús, entréguele
sus tristezas y sus cargas, déle su ser entero, pero no demore, porque
la Escritura afirma: “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro
corazón” (Salmo 95:7, 8).
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sábado, 27 de septiembre de 2014
CÓMO GUARDÓ JESÚS EL SÁBADO
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