“No
os fiéis de las tablas podridas”, escribió el dramaturgo inglés William
Shakespeare. Y es lógico, pues antes de saltar al interior de un bote,
por ejemplo, conviene asegurarse de que sus tablas no estén podridas.
Las
palabras de Shakespeare reflejan bien el sentir de Salomón, el sabio
rey del antiguo Israel, quien unos tres mil años atrás escribió: “El
ingenuo cree todo lo que le dicen; el prudente se fija por dónde va”
(Proverbios 14:15, NVI).
Solo un ingenuo iría por la vida
aceptando ciegamente todo lo que oyera y basando sus decisiones y
conducta en consejos irreflexivos y enseñanzas infundadas.
Depositar
la confianza en el objeto equivocado —igual que pisar las tablas
podridas de un bote— podría resultar catastrófico. Por ello, cabe la
pregunta: “¿Habrá una guía que merezca nuestra confianza?”.
Millones
de personas confían plenamente en un libro antiguo: la Santa Biblia. Lo
consultan para guiarse en la vida y tomar decisiones y amoldan su
conducta a sus enseñanzas. ¿Pisan estas personas tablas podridas, por
así decirlo? La respuesta depende muchísimo de la contestación a otra
pregunta: “¿Existen razones sólidas para fiarse de la Biblia?”.
El
tema merece más que solo un interés pasajero, dada su importancia. De
hecho, si la Biblia viene en realidad de parte de nuestro Creador, tanto
a usted como a su familia les beneficiará averiguar lo que dice.
Veamos en primer lugar datos relevantes que hacen que sea, como mínimo, un libro sin igual.
Un libro sin igual
“La Biblia es el libro de mayor difusión de la historia.” (The World Book Encyclopedia.)
Hace
más de quinientos cincuenta años, el inventor alemán Johannes Gutenberg
inició la impresión con tipos móviles. El primer libro de importancia
que salió de su prensa fue la Biblia. Desde entonces se han impreso
miles de millones de libros sobre infinidad de temas, pero ninguno
alcanza la talla de la Biblia.
- Se calcula que se han impreso, total o parcialmente, casi cinco mil millones de biblias, lo que supone más de cinco veces la cifra del Libro rojo de Mao, la segunda obra de mayor difusión.
- En tan solo un año reciente, la Biblia completa o en parte ha alcanzado una distribución de más de cincuenta millones de ejemplares. “La Biblia es el libro más vendido del año, todos los años”, informa la revista The New Yorker.
- La Biblia ha sido traducida en su totalidad o en parte en más de dos mil cuatrocientos idiomas. Más del noventa por ciento de la humanidad dispone al menos de algún libro de la Biblia en su lengua.
- Casi la mitad de los escritores bíblicos completaron sus escritos antes de que nacieran Confucio, el renombrado sabio chino, y Siddhārtha Gautama, el fundador del budismo.
- La Biblia ha dejado una honda huella en las artes, como lo atestiguan algunas de las obras pictóricas, musicales y literarias más célebres.
- La Biblia ha salido airosa de las prohibiciones oficiales, las quemas a manos de enemigos religiosos y los embates de la crítica. Ningún otro libro ha soportado mayor oposición a lo largo de la historia.
Estos
datos son excepcionales, ¿verdad? Pero claro, por impresionantes que
sean los datos y las estadísticas, no demuestran por sí mismos que la
Biblia sea digna de confianza. A continuación examinaremos cinco razones
que han convencido a millones de personas.
Razones para confiar en la Biblia
1. Exactitud histórica
Sería
muy difícil fiarse de una obra que tuviera inexactitudes. Imagínese que
un libro de historia moderna situara la segunda guerra mundial en el
siglo XIX o que llamara rey al presidente de Estados Unidos. ¿No minaría
esto su credibilidad?
Nadie jamás ha podido demostrar
que la Biblia sea inexacta en materia histórica. Los personajes y los
sucesos de los que habla son reales.
Personajes.
La
crítica puso en duda la existencia de Poncio Pilato, el prefecto de
Judea que entregó a Jesús para que lo colgaran (Mateo 27:1-26). Una
prueba de que Pilato gobernó Judea es la inscripción grabada en un
bloque de piedra descubierto en 1961 en la ciudad portuaria de Cesarea, a
orillas del Mediterráneo.
Antes de 1993 no había prueba externa
que sostuviera la historicidad de David, el valeroso y joven pastor que
llegó a ser rey de Israel. Pero aquel año se desenterró en el norte de
Israel una estela de basalto que databa del siglo IX antes de nuestra
era y que, según los expertos, tenía grabadas las palabras “casa de
David” y “rey de Israel”.
Sucesos.
Hasta
hace poco, muchos eruditos dudaban de la exactitud del relato bíblico
sobre la lucha que libró Edom contra Israel en tiempos de David (2
Samuel 8:13, 14). Argumentaban que Edom era un simple pueblo de pastores
que en aquella época aún no tenía ni el poder ni la organización
suficientes para suponer una amenaza contra Israel. Sin embargo, las
últimas excavaciones indican que “Edom era una sociedad desarrollada
siglos antes [de lo que se creía anteriormente], tal como describe la
Biblia”, afirma un artículo de la revista Biblical Archaeology Review.
Títulos correctos.
Durante
los dieciséis siglos que tardó en redactarse la Biblia, hubo muchos
gobernantes en el mundo. Cada vez que la Biblia se refiere a un
gobernante, le da el tratamiento correcto. Por ejemplo, a Herodes
Antipas se le llama acertadamente “gobernante de distrito”, y a Galión,
“procónsul” (Lucas 3:1; Hechos 18:12). Esdras 5:6 dice que Tatenai era
el gobernador de la provincia persa de “más allá del Río”, el Éufrates, y
una moneda acuñada en el siglo IV antes de nuestra era lleva una
inscripción similar, que indica que el gobernador persa Mazaeus estaba
al frente de la provincia de “más allá del Río”.
La
exactitud en lo que parecen ser detalles sin importancia no debe tenerse
en poco. El hecho de que los escritores bíblicos demostraran ser
confiables aun en tales detalles sin duda refuerza nuestra confianza en
todos sus escritos.
2. Franqueza de sus escritores
La
honradez es la base de la confianza. El hombre honrado se gana la
confianza de los demás; pero si miente una sola vez, la pierde.
Los
escritores bíblicos fueron hombres honrados y sinceros. Su franqueza
contribuye a que sus escritos posean el distintivo sabor de la verdad.
Debilidades.
Los
escritores bíblicos admitieron sin reservas sus flaquezas. Moisés contó
lo caro que le costó un error (Números 20:7-13). Asaf confesó que por
un tiempo envidió la prosperidad de los impíos (Salmo 73:1-14). Jonás
habló de su desobediencia y de la mala actitud que al principio adoptó
cuando Dios fue misericordioso con los pecadores arrepentidos (Jonás
1:1-3; 3:10; 4:1-3). Mateo contó sin rodeos que había abandonado a Jesús
la noche en que lo apresaron (Mateo 26:56).
Los escritores bíblicos, como Jonás, no escondieron sus flaquezas
Los
redactores de las Escrituras Hebreas pusieron al descubierto las
reiteradas quejas y la rebelión de su propio pueblo (2 Crónicas 36:15,
16). Ni siquiera los líderes nacionales se salvaron de sus
denunciaciones (Ezequiel 34:1-10). Con igual franqueza, los apóstoles
informaron en sus cartas de los problemas graves por los que pasaron
varias congregaciones del siglo primero, así como varios cristianos,
incluso algunos que ocupaban puestos de responsabilidad (1 Corintios
1:10-13; 2 Timoteo 2:16-18; 4:10).
La verdad desnuda.
Los
escritores bíblicos no intentaron encubrir lo que algunas personas
calificarían de verdad embarazosa. Por ejemplo, los cristianos
primitivos reconocieron abiertamente que el mundo no los admiraba, sino
que los tenía por necios e innobles (1 Corintios 1:26-29). De hecho,
escribieron que a los apóstoles de Jesús se los consideraba “hombres
iletrados y del vulgo” (Hechos 4:13).
Los evangelistas no
adornaron la verdad para darle a Jesús una imagen más favorable. Con
franqueza contaron que tuvo un nacimiento humilde en el seno de una
familia de clase trabajadora, que no estudió en escuelas prestigiosas y
que la mayoría de sus contemporáneos rechazaron su mensaje (Mateo 27:25;
Lucas 2:4-7; Juan 7:15).
No cabe duda, la Biblia ofrece muchas pruebas de que es obra de hombres honrados. ¿No le inspira confianza tal honradez?
3. Coherencia interna
Supongamos
que se pidiera a cuarenta hombres de diversos antecedentes que cada uno
escribiera un fragmento de un libro. La mayoría no se conocen entre sí,
y algunos ignoran lo que han escrito los demás. ¿Se esperaría que su
obra fuera coherente?
LA Biblia encaja con esta descripción.
Aunque fue redactada en circunstancias aún más insólitas, su coherencia
interna es extraordinaria.
Circunstancias excepcionales.
La
Biblia se escribió en el lapso de unos mil seiscientos años. Se empezó
en 1513 antes de nuestra era y se concluyó alrededor del año 98 de
nuestra era, de modo que hubo siglos de distancia entre muchos de sus
aproximadamente cuarenta redactores. Estos tenían oficios muy variados:
algunos eran pescadores, otros pastores, otros reyes, y hubo uno que era
médico.
Mensaje coherente.
Los
escritores de la Biblia siguieron un mismo hilo argumental: la
vindicación del derecho de Dios a gobernar a la humanidad y el
cumplimiento de su propósito mediante su Reino celestial, que regirá el
mundo. El tema central arranca en Génesis y se desarrolla en libros
sucesivos, hasta alcanzar su punto culminante en Revelación o
Apocalipsis.
Concordancia en los detalles.
Los
escritores bíblicos concordaron hasta en el más mínimo detalle, aunque
en muchos casos tal concordancia no fue intencionada. Veamos un ejemplo.
Juan el evangelista relata que cuando una multitud fue a donde estaba
Jesús para escucharlo, este le preguntó específicamente a Felipe dónde
podrían comprar pan para tanta gente (Juan 6:1-5). En un relato
paralelo, Lucas sitúa este suceso en las cercanías de Betsaida, y Juan
ya había mencionado al comienzo de su Evangelio que Felipe era de
Betsaida (Lucas 9:10; Juan 1:44). Era lógico, pues, que Jesús se
dirigiera al hombre que había vivido en aquellos alrededores. Como
vemos, concuerdan los detalles, aunque es evidente que no hubo
intencionalidad.#
Diferencias lógicas.
Es
verdad que en algunos relatos existen ciertas diferencias, pero ¿no es
lo que se esperaría? Imaginemos que un grupo de personas presenciara un
asesinato. Si cada una mencionara los mismos detalles con las mismas
palabras, ¿no sospecharíamos que hubo complicidad? Lo normal sería que
su testimonio variara algo, en función de su perspectiva personal. Así
fue en el caso de los redactores de la Biblia.
¿Era el manto de Jesús púrpura o escarlata?
Tomemos
por ejemplo el manto que llevaba Jesús el día de su muerte. ¿Era de
color púrpura, como indican Marcos y Juan, o escarlata, como dice Mateo?
(Mateo 27:28; Marcos 15:17; Juan 19:2.) En realidad, ambas
descripciones son correctas. El púrpura es un rojo intenso que tiende al
violeta, así que, dependiendo del ángulo de visión del observador, el
reflejo de la luz y el fondo podrían haber matado su intensidad y
haberle dado diferentes tonalidades al manto.
La
coherencia entre los escritores de la Biblia, incluida su concordancia
no intencionada en los detalles, imprime un sello de autenticidad a sus
relatos.
4. Exactitud científica
La
ciencia ha avanzado muchísimo en las últimas décadas: viejas teorías
han cedido el paso a otras más novedosas. Lo que en su día se admitió
como verdad ahora tal vez se considere falso. Tanto es así que no dejan
de revisarse los libros de ciencia.
La Biblia no es un
tratado científico, pero cuando toca aspectos de este tipo se destaca no
solo por lo que dice, sino también por lo que no dice.
Libre
de conceptos contrarios a los principios científicos. En la antigüedad
hubo conceptos erróneos muy difundidos, entre ellos que la Tierra era
plana o que la sostenían ciertos objetos o sustancias tangibles. Antes,
cuando la ciencia aún ignoraba cómo se propagaban las enfermedades o
cómo prevenirlas, los médicos empleaban ciertas técnicas que eran
ineficaces o, en el peor de los casos, mortales. Pero la Biblia no apoya
ni siquiera una vez, en sus más de mil cien capítulos, ningún concepto
ni ninguna técnica nociva que vayan en contra de los principios
científicos.
Adelantándose a los conocimientos de la época, la Biblia acertadamente afirmó que la Tierra es circular y cuelga “sobre nada”
Declaraciones
con rigor científico. Hace tres mil quinientos años, la Biblia declaró
que la Tierra colgaba “sobre nada” (Job 26:7). En el siglo VIII antes de
nuestra era, Isaías aludió claramente al “círculo [o esfera] de la
tierra” (Isaías 40:22). Una Tierra esférica que flota en el vacío sin
nada físico o visible que la sustente... ¿no parece un concepto
increíblemente moderno?
La Ley de Moisés (escrita alrededor de
1500 antes de nuestra era y recogida en los cinco primeros libros de la
Biblia) contenía acertados preceptos sobre la cuarentena, sobre qué
hacer cuando se tocaba un cadáver y sobre cómo deshacerse de los
excrementos (Levítico 13:1-5; Números 19:1-13; Deuteronomio 23:13, 14).
Gracias
en parte a los poderosos telescopios que escrutan el firmamento,
algunos cosmólogos han llegado a la conclusión de que el universo tuvo
un nacimiento repentino. Claro, no todos los científicos aceptan lo que
implica este punto de vista. Cierto profesor dijo: “Un universo que
tenga principio parece exigir una primera causa, pues ¿quién podría
imaginar semejante efecto sin una causa de suficiente magnitud?”. Mucho
antes de que se inventaran los telescopios, el primer versículo de la
Biblia ya afirmaba: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”
(Génesis 1:1).
Aunque se trata de un libro antiguo y toca
muchos temas, la Biblia no contiene inexactitudes científicas. ¿Verdad
que merece, como mínimo, que la examinemos?^
5. Cumplimiento de profecías
Pensemos
en un meteorólogo que lleva años pronosticando el tiempo con acierto.
Si anunciara lluvia, ¿no sería prudente salir de casa con un paraguas?
En la Biblia abundan las predicciones, o profecías. Y como bien documenta la historia, siempre han resultado certeras.
Señas
distintivas. Las profecías bíblicas suelen ser concretas y se cumplen
hasta el más mínimo detalle. Normalmente tratan asuntos de gran
relevancia y predicen justo lo contrario de lo que los contemporáneos
del escritor esperarían.
La Biblia predijo con exactitud que un rey llamado Ciro conquistaría la poderosa Babilonia
Un caso destacado.
A
la antigua Babilonia, construida estratégicamente a orillas del río
Éufrates, se la ha llamado “el centro cultural, político y religioso del
antiguo Oriente”. Pues bien, cerca del año 732 antes de la era común
(a.e.c.), Isaías puso por escrito una profecía nefasta: que Babilonia
caería. El profeta dio datos precisos, a saber, que el nombre del
conquistador sería Ciro, que las aguas protectoras del Éufrates se
secarían y que las puertas de la ciudad no estarían cerradas (Isaías
44:27–45:3). Unos doscientos años después, el 5 de octubre del 539, la
profecía se cumplió con exactitud. El historiador griego Herodoto (siglo
V a.e.c.) confirmó que la caída de Babilonia aconteció tal como se
había pronosticado.
Una predicción audaz.
Isaías
lanzó otra predicción aún más sorprendente sobre Babilonia: “Nunca será
habitada” (Isaías 13:19, 20). Anunciar la desolación permanente de una
ciudad próspera y estratégica como esta sin duda era una predicción
audaz, pues lo lógico sería que se la reconstruyera si algún día llegaba
a ser destruida. Aunque Babilonia no fue devastada inmediatamente
después de su conquista, las palabras de Isaías acabaron realizándose.
El lugar donde se alzaba Babilonia “es una zona desolada, calurosa,
desértica y polvorienta”, informa la revista Smithsonian.
Resulta
impresionante observar el alcance de la profecía de Isaías. Su
predicción equivaldría a profetizar con exactitud y con doscientos años
de antelación de qué manera una ciudad moderna —como Nueva York o
Londres— sería arrasada, y luego declarar enfáticamente que nunca
volvería a ser habitada. Por supuesto, lo que más impresiona es que las
palabras de Isaías se cumplieron.
En este
artículo hemos repasado algunas de las pruebas que han convencido a
millones de personas de que la Biblia es digna de crédito y una guía
segura para orientar su vida. ¿Por qué no aprende más de ella y así
decide usted mismo si merece su confianza?
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