A lo largo de los años, esta revista ha dedicado parte de su número
anual de marzo o abril al tema general de la Semana Santa. Hoy día, en
medio de una sociedad que desconfía de todo y lo cree todo, algunos se
preguntan por qué los cristianos seguimos insistiendo en la singularidad
de Cristo.
En una reunión reciente de líderes cristianos, dos filósofos
reconocidos hicieron varias presentaciones sobre el pensamiento
posmoderno. En una sesión abierta, se les preguntó si ellos creían que
Jesús era un personaje único. Sí, dijeron, pero también lo son los
líderes de otras religiones. La condición única de Jesús no difiere de
la de otras figuras religiosas importantes. Muchos creen que esta
igualdad es esencial para el diálogo entre las religiones.
El deseo de respetar la religión ajena es positivo. El problema es
que la Biblia misma no nos permite colocar a Jesús en un plano de
igualdad con otras figuras religiosas. Más bien nos obliga a considerar a
Jesús como el Hijo de Dios en quien habita la plenitud de la Deidad
(Colosenses 2:9); totalmente divino y totalmente humano, el único camino
a la salvación.
En San Juan 14:6, Jesús mismo declaró: “Yo soy el camino, y la
verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. Si queremos
descubrir cómo Dios actúa en el mundo y en la historia tenemos que
acudir a Jesús. El extraordinario prólogo al libro de San Juan declara:
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era
Dios” (ver versículos 1-4). Más adelante añade: “Y aquel Verbo fue hecho
carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del
unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (versículo 14).
La implicación natural de la afirmación de Jesús como “el camino” es
que no todos los caminos conducen a Dios. No admite el concepto moderno
de una espiritualidad interna, de un enfoque místico en los ángeles u
otros seres sobrenaturales o históricos. Jesús es nuestro camino porque
es nuestro modelo (ver Filipenses 2:5-8).
Jesús también es la verdad, incluso en un mundo de verdades que
compiten por validez. Según la Biblia, la verdad que está en Jesús no se
trata de nociones abstractas o teóricas, sino de la persona propia de
Jesús. Conocer la verdad depende de una relación con Jesús, porque Jesús
es mucho más que un profeta o testigo de Dios; él es Dios mismo. Por
eso es que la obra primordial del Espíritu Santo es dar testimonio de
Jesús (S. Juan 15:26).
Los grandes líderes religiosos de la historia han hablado verdades,
pero Jesús “es” la “Verdad” de Dios. Hebreos nos dice: “Dios, habiendo
hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por
los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo,… por
quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1, 2).
La persona moderna ha llegado a creer que todo responde a la
interpretación del individuo, que no existe una verdad absoluta. La
Biblia enseña que algunas creencias y convicciones, por sinceras que
sean, no son verdad. Esto lo decimos con humildad, porque los cristianos
no somos la fuente de esta verdad, sino que nos fue dada a todos los
seres humanos como un regalo del Cielo.
Jesús, como el único Hijo de Dios, invita a toda la humanidad a
participar de la vida de Dios. Esta vida depende de una relación con
Dios; una relación que se manifiesta en el amor hacia Dios y hacia otros
seres humanos. Juan declaró: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha
dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo,
tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan
5:11, 12). En materia de fe, los creyentes no podemos exigir que otros
crean como nosotros, tampoco podemos dejar de decir lo que creemos con
todo el corazón.
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