“Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión,
diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será
sobremanera grande” (Génesis 15:1). Esta intervención divina en la vida
de Abraham es de particular importancia en la historia del trato de Dios
con los hombres. La expresión “vino palabra de Jehová” es la expresión
técnica usada en los escritos bíblicos para indicar que Dios va a
declarar una profecía (Isaías 38:4; Jeremías 1:2, 4, 11, 13; Ezequiel
1:3; Oseas 1:1; Joel 1:1; Jonás 1:1; Miqueas 1:1; Sofonías 1:1; Hageo
1:1; Zacarías 1:1). Igualmente, una “visión” es el canal básico de Dios
para revelarse a sus profetas (Números 12:6). Con este acto, Dios estaba
estableciendo a Abraham como el primero de una larga e interesante
línea de hombres que han dejado su indeleble huella en la historia
humana, y que a través de los siglos han fascinado e intrigado la
imaginación y el intelecto de los hombres: los profetas de Dios.
A través del tiempo muchos han intentado pertenecer a este grupo
selecto. La historia está llena de falsos profetas y pretendientes. Aun
hoy, la ávida sed de las masas por traspasar lo desconocido crea un
mercado creciente de profecía manufacturada que es suplido por un número
cada vez mayor de charlatanes.
En la vida de Abraham Dios ilustraría lo que es un profeta auténtico y su propósito al dar profecías. Una
profecía es una revelación del plan divino, que se produce por total
iniciativa de Dios, para con su pueblo del pacto, a fin de proveerle
dirección en cuanto a sus acciones, confianza en el control divino de
los acontecimientos y seguridad en su triunfo final. Analicemos más detenidamente esta definición.
Una revelación por iniciativa de Dios
Abraham no manipuló a Dios a fin de que este le hablara. Fue Dios
quien decidió hablarle a Abraham. El proceso de comunicación se origina
en Dios.
Es una revelación del plan divino
Dios había prometido algo que Abraham pensaba que estaba en peligro
de no cumplirse. La intervención divina aseguró a Abraham cómo se
cumpliría ese plan. Abraham tendría un hijo y una descendencia como las
estrellas del cielo (Génesis 15:4, 5); su descendencia sería cautiva por
400 años en una nación extraña. Después Dios los traería de vuelta a la
tierra prometida a Abraham (Génesis 15:13-16). Según la necesidad, Dios
siguió usando a otros profetas para ir revelando sus planes. La Biblia
dice que Dios no hace nada sin que lo revele a los profetas (Amós 3:7).
Un plan para su pueblo del pacto
El texto dice que “en aquel día hizo Jehová un pacto con Abraham”
(Génesis 15:18). Un pacto es una alianza en la que Dios se liga a sí
mismo en compromiso con una persona o pueblo en particular.
Generalmente, Dios espera que el objeto de su pacto cumpla las
estipulaciones correspondientes. Al Dios hacer un pacto con Abraham,
estaba comprometiéndose a protegerlo personalmente y bendecir su
descendencia para siempre. Con ese pacto la descendencia de Abraham se
convertiría en el pueblo de Dios. Todas las profecías bíblicas tienen
que ver con ese pueblo. En la Biblia encontramos profecías que tratan de
los habitantes de Babilonia, de los persas, los griegos y los romanos,
así como de naciones de hoy (un ejemplo es Daniel 2, 7, 8), pero estas
naciones son el foco de las profecías en la medida en que se
relacionaron con el pueblo de Dios y lo afectaron (Ver Daniel 1:1, 2;
7:21, 25; 8:10-12, 23, 24). Hoy, la descendencia de Abraham, el
verdadero pueblo de Dios, la constituyen todos los que aceptan a Cristo
como su Salvador (Romanos 2:28, 29; Gálatas 4:24; 6:16). Las profecías
bíblicas que se aplican hoy no tratan de los movimientos planetarios, ni
simplemente de poderes y gobiernos terrenales. Las profecías que hoy se
están cumpliendo ante nosotros tienen como foco a las personas que han
decidido entrar en el pacto de Dios y ser parte de su pueblo
(Apocalipsis 11:19; 14:12).
Para proveerles dirección en cuanto a sus acciones
Dios instruyó a Abraham en cuanto a lo que él tenía que hacer
(Génesis 15:5, 9). Desde entonces los profetas de Dios han instruido,
corregido, denunciado, orientado y dirigido al pueblo de Dios en medio
de los muchos desafíos de su historia (Oseas 12:13; 2 Crónicas 36:16,
16; Jeremías 7:25).
Confianza en el control divino de los acontecimientos
Dios le dijo a Abraham: “No temas, yo soy tu escudo” (Génesis 15:1).
Dios tenía un pacto con Abraham, por eso Abraham no debía temer. Dios lo
protegería aunque eso significara cambiar el curso de la historia
humana. Dios tendría control de los acontecimientos. Las naciones
oprimirían a su descendencia, pera ellos no debían temer, pues Dios
sería soberano y cumpliría su propósito de redención y salvación. En la
profecía bíblica nos enfrentamos con secuencias imponentes de imperios
poderosos y aparentemente indestructibles que caen uno tras otro ante el
propósito eterno de Dios (Daniel 2:38-45).
Seguridad del triunfo final
“Tu galardón será sobremanera grande” (Génesis 15:1). A pesar de toda
la opresión que el pueblo sufriría en la historia, al final Dios
actuaría en su favor. Dios juzgaría a los opresores (Génesis 15:14) y
daría la victoria a su pueblo (Génesis 15:15-18). Otros profetas dieron
en otras circunstancias un mensaje similar: “Pero se sentará el Juez, y
le quitarán su dominio para que sea destruido y arruinado hasta el fin, y
que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo
el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es
reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán” (Daniel
7:26, 27).
Dios cumplió su pacto con Abraham. A pesar de su edad, Abraham pudo
engendrar el hijo prometido (Génesis 21:1, 2). De este hijo surgió una
nación incontable que, como Dios había predicho, llegó a ser esclava en
Egipto. Sin embargo, a pesar de que habían pasado ya varios siglos, Dios
cumplió su plan para con su pueblo del pacto. La Biblia dice que “el
mismo día” en que cumplió el plazo divino, salieron los israelitas de su
esclavitud (Éxodo 12:40, 41). Dios siempre cumple su promesa, en su
tiempo. Los propósitos de Dios ni se atrasan ni se adelantan.
Todas las profecías bíblicas, incluyendo las de Apocalipsis, son el
mensaje de un Dios que siempre cumple su promesa. Si usted es parte de
su pueblo, no tiene porqué temer al futuro, no tiene por qué depender de
los adivinos que se burlan de su destino. El mensaje de las profecías
es que Dios tiene control de los acontecimientos humanos y que los
maneja en vista del triunfo final de su pueblo. Recuerde que, en Cristo,
usted también es de la descendencia de Abraham. Si usted cree en él y
le entrega su vida, ya es parte del pueblo escogido. En Cristo, usted es
parte de los protagonistas de la historia y de la profecía. Está
destinado para el triunfo final.
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